He comprobado por qué el patinete eléctrico enamora a cada vez más gente

Ahora son las madres y padres los que les dicen a sus hijos "mira, ¡ese es el patinete que quiero!"

Tengo una historia de amor con mi patinete que ni la del Diario de Noa. En mi casa a nadie se le ocurre tratarlo como un objeto, porque le he puesto hasta nombre. Paty, se llama. Es como una extremidad más que me acompaña a todas partes, y ha transformado la manera en la que me muevo por la ciudad. Además, me está ahorrando pasta y tiempo que ahora puedo dedicar, por ejemplo, a ir a clases de zumba.

Encontré esta maravilla en la web de Zeeclo, y desde que entró en mi vida me doy más cuenta del tiempo que perdía antes yendo de un sitio a otro. Ahora salgo del trabajo y a las 18:15 estoy en el sofá de mi casa diciéndome ‘Vaya, qué pronto, ¿ahora qué hago?’, así que se me ha abierto un jugoso mundo de tiempo libre. No es que antes volviese a la pata coja o dando un pasito pa’lante y otro pa’tras, pero entre que esperas el autobús, que se te escapa el metro, que encuentras una bici compartida… pues se te acaba yendo la vida.

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Además, no es por tirarle flores, pero Paty es respetuosa a más no poder: a diferencia de los coches y las motos que nos rodean, el motor ni hace ruido ni contamina, así que tus desplazamientos no contribuyen a seguir enfermando tus pulmones y los de quienes conviven contigo en tu ciudad.

Hasta ahora parecía que los patinetes eran cosa de niños, y muchos antes de conocer a mi Paty decían ‘¿pero cómo vas a ir con eso por la calle?’, hasta que vieron lo estilosa y elegante que quedaba con mi casco y mi melena al viento. Patinetes como este de Zeeclo molan tanto que son los padres y madres los que les dicen a sus hijos ‘Mira, mira qué guay el patinete’. Ahora, cuando mis colegas me ven llegar, siempre cae un ‘Oye, qué moderna vas, no?’, a lo que contesto con una sonrisa de orgullo.

El tiempo que pasas encima del patinete también es más agradable. Cuando te acostumbras un poco a la aceleración y le tomas las medidas, te sientes como en esas películas futuristas en las que parece que sobrevueles a ras de suelo. El patinete es tu alfombra voladora, tu mayor aliado y la envidia secreta de los ciclistas cuando compartís carril. A algunos no les hace gracia que les adelantes y se ponen en modo carrera, como si les fuera la vida en demostrar que sus piernas pueden más que tu motor.

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En cambio, al cruzarme con otro patinete en un semáforo, me dan ganas de chocarle la mano a lo ‘yeah bro’, pero me aguanto para no parecer una loca, y me impulso hacia mi clase de zumba. Al llegar, nada de buscar aparcamiento o un lugar dónde dejar la bici, porque a donde entro yo, entra Paty.

Mientras meneo el cuerpo al ritmo de los últimos hits latinos, Paty me espera con paciencia y cuando nos volvemos a casa, lo hacemos en un tercio de lo que antes tardábamos. Ahora entiendo por qué tanta gente está sumándose a la ola de patinetes, y creo que esto será más que una moda: puede convertirse, en poco tiempo, en un medio de transporte habitual más. No le iría nada mal a los pulmones de la ciudad.