Fui a comer gratis a templos de Barcelona para ver si dan comida a cambio de conversión

Sikhismo, bahá'í, cristianismo... me pasé por varios de sus centros de reunión para ver si usaban la comida para hacer proselitismo

Unas decenas de personas con los ojos cerrados entonan los cánticos y las oraciones que el profeta Bahá’u’lláh les facilitó. Hablan de Dios, de unión, de fraternidad, de honor, de dignidad. Y aunque el mensaje es bonito, mis ojos se van hacia el banquete que una familia de la congregación ha preparado. Por muy apetecible que sean sus rezos sobre una sociedad solidaria y progresista, más me lo parece el hummus y los sándwiches que están sobre la mesa.

Estoy en una iglesia bahá’í, en la parte alta de Barcelona. Esta religión es bastante desconocida, pero solo hay una presente en más países, el cristianismo el islam o el hinduismo son más numerosas, pero más concentradas que bahaismo. Teológicamente afirma que todas las religiones son diferentes revelaciones del mismo dios a diversos profetas. Es decir, toda la humanidad estamos unidos en una misma fe, sin distinción de raza, género o procedencia. Según me explicaba uno de sus creyentes, esto la convierte en “la fe más progresista y feminista”, porque considera a todos iguales.

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La celebración a la que he acudido es “la fiesta de los 19 días”, que se convoca cada 19 días valga la redundancia y que representa el cambio de mes bahá’í. Yo no pinto nada ahí, pero me invitan a conocerlos y a descubrir su religión. Están celebrando el fin del mes Voluntad y el inicio del mes Conocimiento, y consiste en un discurso de treinta minutos sobre la bondad humana, la igualdad, el futuro brillante y la libertad, una serie de canciones religiosas con un tono muy joven y fresco y un pica-pica, en el cual me presentan personas extraordinarias igual de interesantes que el discurso. Me parece una religión muy apetecible. Hasta me planteo empezar a conocerla más hasta que, tras rebuscar un poquito, descubro que pese a ser la religión más progre sigue siendo profundamente homófoba. Salgo decepcionado de la reunión, porque me la han intentado colar con comida y palabras bonitas. 

Comida a cambio de conversión

Me viene la inspiración de comer gratis tragándome los discursos religiosos a raíz de varios reportajes sobre Latinoamérica en los que se explicaba cómo las congregaciones evangélicas utilizaban el recurso de comida gratis para reclutar a pobres para que se unan a sus filas, unas situaciones que se han convertido en problemas endémicos en algunas regiones precarizadas. Me pregunto si aquí sucede lo mismo, pero tras intentar contactar con unas cuentas iglesias de esta fe, me dan las largas o me comunican que no, no ofrecen estos servicios de comedor.

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Por suerte, hay otras religiones que sí que lo hacen. Al día siguiente de la cenita bahá’í, voy al templo sikh una religión de origen indio mestizada entre el islam, el budismo y el hinduismo que hay en el Raval, en el centro de Barcelona, y que según me han contado ofrece comida vegetariana a cualquiera que se pase por ahí. En cuanto cruzo las puertas, me piden que me quite los zapatos y que me limpie pies y manos. Cuando intento entrar, me regañan: “no se pueden llevar pantalones cortos”, dice un voluntario en la entrada, señalando un cartel con las normas, en las que se incluye que no puedes acudir si has comido carne. Me he comido un bocadillo de fuet para desayunar pero bueno, eso no tienen por qué saberlo. Me dan una falda para tapar mis piernas y un pañuelo para cubrir la cabeza —en la religión sikh, no solo las mujeres se cubren sino que los hombres van con turbante—.

Antes de sentarme a comer, me indica Javier, un voluntario argentino que se ha convertido al sikhismo, que tengo que ir a rezar al libro sagrado. Escondido en un altar decorado de forma suntuosa aunque más modesto que un retablo cristiano, le hago una reverencia, con la frente sobre el suelo, y acto seguido voy a pedirle de rodillas a un sacerdote una bola de harina y mantequilla que representa la pureza y la aceptación de Dios dentro de mí. Me la como sentado en las alfombras del salón. En teoría acabo de hacer una promesa espiritual y vinculante con su dios panteísta, pero lo único que siento de mí es mi estómago rugiendo.

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El plato es vegetariano y me aseguran que “no me deje nada en el plato”, lo cual me parece razonable. Según me explican, este tipo de templos se llaman gurdwaras y tienen la obligación de ofrecen comida gratis a cualquiera que venga, independientemente de su religión, etnia o género es lo que se conoce como langar. "Es para demostrar que todas las personas somos iguales, todos tienen derecho a comer en una gurdwara, porque no queremos que haya nadie sufriendo", añade Javier. Parece que en el fondo, lo hacen por justicia social, porque más allá de reverenciar a su Dios, no hay un intento activo de soltar una chapa o de promover la conversión. Aunque quizá esto también sea una técnica. 

Cristianismo y comida gratis en Barcelona

Busco más organizaciones para alimentarme gratis. Encuentro la comunidad laica y cristiana Sant'Egidio, pero me explican que sus comedores son para personas en situación de pobreza y precariedad social, y por muy ajustado que llegue a final de mes, no estoy en ninguna situación de excepcionalidad económica, por lo que me parece mal mentir y colarme a robar comida. Según me aseguran, lo hacen sin proselitismo ni discursos religiosos, aunque no lo he podido averiguar presencialmente.

Me acerco a Cáritas, la organización cristiana de ayuda social, y me explican algo similar: no hacen proselitismo, su servicio de facilitar comida es puramente social. Me llevan al DISA, un centro de distribución de alimentos, para comprobarlo. Es como un supermercado cualquiera, pero aquí vienen las personas recomendadas por servicios sociales a buscar comida sin canjearla por dinero. Hay un sistema de puntos que difiere según los productos sean de primera necesidad o no. Por supuesto, no me dan de comer gratuitamente porque yo no cumplo con los requisitos, pero me explican cómo funciona: "tenemos muchas personas mayores que se han quedado solas, madres solteras y familias de personas migrantes", me explica Inés Coll, la coordinadora del centro. "Ah, y tampoco hace falta ser cristiano para acudir a los DISA, la religión solo está en la organización que hay detrás", puntualiza. 

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Finalmente me voy sin comer nada, dándome cuenta de que las organizaciones más asentadas en el territorio, en su mayoría cristianas, ofrecen comida a través de servicios sociales públicos y privados, mientras que aquellas que te facilitan el acceso a comida, aunque lo hacen bajo la premisa de justicia universal, también aprovechan para que conozcas lo mejor de su fe, bastante desconocida para el público mainstream, para ver si pueden unir a sus filas a algún feligrés nuevo. Algo que puede parecer inofensivo pero que, en situaciones de precariedad extrema, puede acarrear abusos por parte de instituciones eclesiásticas en barrios donde son los únicos que tienen algo que ofrecer.