Mi abuela es mi nueva BFF

Este verano raro después de la pandemia he recuperado la relación que teníamos cuando era niña y la verdad es que me encanta pasar tiempo con esta 'pretty woman' de barrio

Desde muy pequeña he estado muy ligada a mis abuelos maternos. Me venían a buscar al cole, comía en su casa, pasábamos juntos las tardes y los veranos. Mi abuela era mi segunda madre. Cuando crecí y comencé en la universidad me distancié bastante para lo que estaba acostumbrada. Pero desde que comenzaron los paseos, he sido la elegida en mi familia para ir con ella. Mis rutinas han cambiado por completo. En el mercado ya me llaman por mi nombre, conozco a todos los jubilados de mi barrio y salgo a caminar a las nueve de la mañana. Así es un día siendo la mejor amiga de mi abuela.

A las ocho de la mañana está sonando el fijo de mi casa. Buenos días, ¿aún en la cama?, venga espabílate, que tu abuelo y yo ya hemos desayunado. Voy a fregar los cacharros, arreglo esto, me visto y voy. Levantarme a esa hora en vacaciones me parece una ofensa, pero es mi abuela, así que remoloneo un poco mirando el móvil y me hago un café.  A las nueve me siento otra, he recogido la casa y estoy en el portal. Aparece mi abuela. "¡Hace un fresquito!", me dice contenta. El paseo es casi siempre el mismo por Madrid río. Ella habla muy alto con la mascarilla puesta, parece que vamos dando una conferencia. El resto de transeúntes nos da los buenos días. Me va explicando las plantas que están floreciendo y las que se han secado. Me cuenta algún cotilleo de la tele que desconozco. Ahora tenemos que ir a la panadería, charcutería y a Pedro el frutero. Ya mañana vamos a por el pescado.

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Lo de la pescadería es heavy, vamos siempre a primera hora y estamos solas. Mi abuela es una especie de pretty woman de barrio, todos los pescaderos nos atienden a la vez y nos hacen la pelota. Con lo caro que está pa no, me dice en bajito mi abuela.

Hoy estamos con el resto de recados. La palabrería de los ancianos me fascina. Mi abuela es sevillana, lleva muchos años ya en Madrid, pero el acento es el acento. Son las diez de la mañana y ya hace un viaje de calo’. Es cierto, en una hora se estropea el tiempo. El de la charcutería es majísimo. "Este hombre trabaja muy bien", dice siempre mi abuela. "¡Buen día Manuela y juventud! ,¿lo de siempre?", pregunta el dueño. Sí, y poquito de queso de burgos me veo contestando. Soy una jubilada más.

A las 11:30 de la mañana ya lo hemos hecho todo. Me gusta. No paramos de charlar. Le cuento que voy a comenzar a escribir un artículo sobre nuestra relación. Se para en seco y me dice que no, que nada de nada monada, que a ella no la saco en el interné. Le explico que no pasa nada. Me dice que si me creo que está jarta vino. Me rio. A ver, abuela, pero que la gente no sabe quién eres, que no pasa nada. No hay manera, que una foto suya no. Que bueno, si lleva las gafas de sol y la careta mascarilla sí. ¡Va de famosa!

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Una publicación compartida de Alejandra Martínez de Miguel @alemardemi el

Obviamente, mi abuela está lejos de entender cómo me manejo por Instagram. Le explico ciertas cosas y flipa. Cuando comencé a ganar a dinero en mi primera colaboración en Instagram no entendía nada. "¿Te dan dinero por subir una foto? Ofú, niña, mira a ver eso bien eh, me huele raro". Le expliqué que era una marca para la que yo creaba contenido, vamos, que hacía vídeos y poemas. "¡Ah, eso está mu bien! ¿De qué es la marca?" Pues es de juguetes sexuales. Su cara. Ojalá pudiese tener una foto de ese momento. Se limitó a reír y decir: son otros tiempos…

Mi abuela tiene 87 años y ha vivido una época en la que todo lo que yo hago ahora como mujer para ella estaba negado. Aunque ella sea muy moderna a mí me lo parece, hay cosas que escapan a su entendimiento. "¿Será mentira que subes fotos de tu culo, no? ¿Cuarenta mil personas ven lo que haces? Ya hay que tener valor... Estas cosas modernas yo no las entiendo. ¡Yo no le enseño mi culo a nadie!". Vamos, es que vaya tela.

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Seguimos con los recados, nos acercamos a la peluquería a pedir cita, bajamos la compra a su casa y me propone tomar un aperitivito. Lo últimos meses voy poco a su casa por el tema del coronavirus, tan solo entro de vez en cuando a dejar las cosas, siempre voy con mascarilla y si tomamos algo me siento tan lejos que ni estirando los brazos puedo tocarla, pero así nos apañamos. Echo de menos tirarme en el sofá al lado del ventilador a ver una de esas películas horribles de La 2 que suele poner.

A la una estoy de vuelta en mi casa. El día de los jubilados acaba aquí, ahora se prepara la comida, come, hace un poco de siesta, mira la novela y poco más, que hay que descansar. Así que vuelvo de pronto a mi vida de veinteañera y me doy cuenta de que apenas he mirado el móvil. Siempre que voy con mi abuela siento que miro más, miro a los balcones, a los jardines, a mi vecinos y en definitiva a todo lo que nos rodea. Me gusta ser parte de sus mejores amigas. Hoy ha salido a pasear con las de su edad porque yo me he quedado escribiendo y, la verdad, el día sin el paseito ya no es lo mismo.

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