Curré clasificando mujeres por su aspecto en una discoteca y ahora me arrepiento

Por esto no lo pongo en mi CV y por muchas otras razones

Con 18 años estaba en la entrada de Teatro Kapital, una discoteca muy conocida de Madrid, diciéndole al puerta qué chicas entraban gratis a la discoteca y cuáles no. Tenía que decidir si eran lo suficientemente monas o si iban lo bastante arregladas para merecer el honor de entrar de gorra hasta un reservado con champán. Lo decidía en base a su maquillaje, su cuerpo, o su belleza en general. No, ya no lo hago, pero recuerda que sigue habiendo gente así trabajando para discotecas de este tipo. Me arrepiento de haber pasado por eso, pero ya que lo hice, prefiero sacar una lección.

"¿Y saben qué? De esas experiencias laborales la que quizá me ayuda más para ser ministra es la de cajera. Me ayuda a no olvidar de dónde vengo y la situación de las mujeres a las que represento."  Esto es lo que contestaba el domingo la ministra de Igualdad, Irene Montero, en Twitter ante los ataques recibidos por ocultar en su currículum que había trabajado de cajera años atrás. Titulada en Psicología y con un máster con nueve matrículas de honor, comenta que ser cajera es lo que más le ayuda a ser hoy una "buena ministra". No voy a ser yo quien juzgue sus méritos para llegar a ser ministra, pero sí sé lo importante que fue para mí ese primer curro y puedo entender por qué para ella también lo fue.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Una publicación compartida de Podemos @ahorapodemos el

Que cualquier trabajo es digno es algo que no les queda claro a algunas eminencias, pero de eso ya hablaremos otro día. Sobre todo, porque lo que ahora discutimos como un trabajo que complementa la universidad, para mucha gente es su curro de toda la vida. La sociedad nos educa para que, de alguna manera, nos avergoncemos de los trabajos que son igual de buenos que cualquier otro. ¿Quién no ha ocultado o maquillado algún dato de su cv alguna vez? Nadie pone lo que ha hecho fuera de tu sector antes de entrar en la universidad, ni lo que hacía para pagarse la carrera. Pero ya los conocemos, los haters aparecen en cualquier momento para intentar demostrar lo contradictorios que somos todos.

Volviendo a mí, para no ir más lejos, cuando tenía 18 años comencé a ir mucho a Teatro Kapital. Me flipaba. Siete plantas, terraza, karaoke… me parecía el cielo hecho discoteca. Como iba tanto me ofrecieron trabajar ahí y acepté. Al principio era divertido, podía pasar a mis amigas gratis, me daban copas, nos emborrachábamos y ganaba algo de dinero. En ese momento yo estaba estudiando Psicología en la Complutense por las mañanas, Arte Dramático por las tardes, actuaba los viernes y sábados en La Katarsis del Tomatazo estas cosas si están en mi cv y después me plantaba los tacones e iba corriendo de Lavapiés a Atocha para llegar a la disco. Ciertamente, no sé cómo sobreviví a ese año de mi vida.

Mis tareas eran muy sencillas. Apuntaba gente en lista o para algún reservado y luego tenía que estar en la discoteca hasta las tres. Me pagaban en función de la gente que metía y tenía súper normalizado el código. Chicas gratis. Ni siquiera me parecía bien o mal, ni me lo planteaba. Era así y punto. El problema llegó cuando un día en la puerta mi jefe me dijo que unas amigas mías tenían que entrar pagando porque no están para el reservado, es decir, no estaban lo suficientemente buenas como para complacer a los tíos de garito. Yo llevaba meses decidiendo eso, pero aquel día no hablaban de cualquier otra chica, hablaban de mis amigas. Todavía me costó seguir otros cinco meses trabajando allí para darme cuenta de que aquel mundo no me representaba. De que esas otras chicas a las que yo no había dejado entrar eran las mismas chicas que mis amigas. En la discoteca me convertía en la mujer que el patriarcado quería que fuera, la que se posiciona de su lado y juzga también a las otras mujeres.

Me encantaría contaros que finalmente un día no fui y que lo mandé todo a la mierda. Pero no, fue más poco a poco. Comencé a enfadarme con el puerta, a cuestionar sus normas, a pasar a gente gratis sin su permiso y lo más grave: a no ir en tacones ni maquillada. Bum. Fatal estaban mis jefes con el tema. Y bueno, al final me invitaron a irme y me vetaron la entrada durante unas cuantas semanas o eso dijo un ex novio que tuve, aunque yo no quise ir a comprobarlo. No volví a Kapital en años. El mundo de noche es una basura pero de todo se aprende. 

Los trabajos por los que vamos pasando a lo largo de nuestra vida nos definen o al menos nos marcan en mayor o en menor grado. Yo estoy orgullosa de los míos porque me han hecho convertirme en la mujer que soy hoy. Si el día de mañana tengo un ministerio a mi cargo, espero que me saquen este artículo. Solo quiero añadir algo: a toda las chicas que pasé en mi época de Kapi, lo siento, era joven y no sabía lo que hacía. Ahora sí lo sé y me arrepiento. Os quiero, espero que estéis bien.