The Politician: un Trump de izquierdas usaría a Greta Thunberg para llegar al poder

La serie empezó con una primera temporada un poco 'meh'. Sin embargo, en esta segunda entrega se han coronado: buenos personajes, un genial sentido del humor y tramas muy críticas con la política y movimientos sociales actuales

La política antes del covid-19 se podía resumir en la batalla generacional entre boomers votando a Trump y la Generación Z, como Greta Thunberg, encabezando los discursos contra la emergencia climática. Precisamente es en este contexto en el que surge la segunda temporada de The Politician, la serie de Ryan Murphy, que acaba de estrenarla. ¿Qué pasaría si Trump fuera de izquierdas? ¿Qué pasaría si un político zennial se apropiase del discurso de Greta y The Politician para ganar unas elecciones? Estas son las dos preguntas sobre las que gira la trama de esta comedia, una especie de House of Cards con humor millennial.

El protagonista, Payton, intepretado por Ben Platt, demostró en la primera temporada ser un niño rico que quería llegar como fuera a la presidencia de los Estados Unidos. Para lograrlo, analizó la vida de todos los presidentes e intentó copiarlas, empezando como presidente de su curso en el instituto, continuando en la universidad, luego a escala local e ir ascendiendo en el partido demócrata para subir hasta la presidencia. Pero la temporada no acabó bien, y tras pegarse una hostia política en las elecciones de su instituto, tuvo que recomponer su master plan.

Así empieza la segunda temporada, cuando decide apropiarse del discurso “somos jóvenes y nos preocupa la emergencia climática”. Usa a una activista medioambiental, que está obviamente inspirada en Greta Thunberg, para intentar ganar las elecciones al senado por Albany, el estado de la ciudad de Nueva York. Hacia el final de la temporada, Ryan Murphy hace hincapié en esto con un capítulo en el que se ponen en la piel de dos votantes, una zennial y una boomer, en el que se ve cómo ambas se desencantan por la política y entienden que, ante todo, cualquier discurso, por muy bonito que sea, siempre es político, y está diseñado para ganar unas elecciones. Aunque el cambio de líderes sea positivo y las nuevas políticas sean necesarias, un político no es un activista, y por muchas convicciones que tenga dirá lo necesario para ganar. “Si a los jóvenes les hubiera preocupado la desigualdad, mi campaña se habría basado en eso, no en el cambio climático”, reconoce el protagonista.

Paralelamente, su madre, interpretada por Gwyneth Paltrow, se presenta a las elecciones de California haciendo de una especie de Trump de izquierdas. Paltrow se aprovecha de su carisma para decir barbaridades políticas e ir normalizando un discurso populista que es obvio que no puede realizar, pero cuyo único objetivo es polarizar y despertar odio. Por ejemplo, empieza alabando las cualidades de California, insultando el resto de estados “subdesarrolados” y acaba volviéndose independentista. Luego decide presentarse a las elecciones presidenciales, transformando y manipulando sus propias palabras para que tenga sentido que, si es independentista, vaya a la capital a gobernar.

Además, el papel de Paltrow es una excelente parodia de sí misma. Es decir, su personaje, por ejemplo, cree en los chamanes, la astrología y la homeopatía. De hecho, cree que no ganará en el estado de Iowa porque “es un símbolo zodiacal de agua”. Para aquellos que no entiendan la parodia por falta de contexto, Paltrow tiene muchísimas polémicas a sus espaldas por promocionar superalimentos y hacer velas terapéuticas con olor a vagina u a vagina, además de vender otras terapias pseudocientíficas. Sin duda, en The Politician hace de una versión exagerada de sus creencias.

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No solo Paltrow brilla en su papel. Como es habitual en Ryan Murphy, los grandes papeles los tienen las mujeres, y The Politician no podía ser menos. Destacan los personajes de Bette Midler, que hace de asesora política, y Judith Light, que encarna a la rival política de Payton, una mujer de cincuenta años cuya carrera ve peligrar por un escándalo: está en una relación poliamorosa secreta. Como cuenta el crítico de series Juan Freire, “si algo debe aplaudirse de Murphy, es su afán por dar a actrices septuagenarias la oportunidad de brillar, de encarnar no a abuelas de la caridad, sino a mujeres complejas que todavía tienen deseos de muchas clases. Aquí tenemos de vuelta a la Midler explosivamente cómica de los ochenta”.

Después de una primera temporada que flojeó en algunos aspectos, la segunda temporada vuelve con toda la comedia y humor que la serie merecía y que no ofreció en su anterior entrega. Vale la pena tragarse los primeros ocho capítulos del House of cards millennial, aunque sean un poco flojos, porque esta segunda temporada, que está recibiendo un unánime aplauso de la crítica, te la tragarás del tirón. Ojalá hubiera empezado así de fuerte.

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