La serie de Netflix Emily in Paris te hará sacar a la cursi que llevas dentro

Darren Star, creador de series como 'Sexo en Nueva York', 'Sensación de vivir', 'Melrose Place' vuelve con lo más esperado y, a la vez, reprimido, de la temporada

Hay dos lobos dentro de mí: uno de ellos intenta ser cool, diferente, probablemente tiene un piercing en la ceja, etc. El otro… el otro lobo es rosa, tiene un poster de Audrey Hepburn en su habitación, quiere un pumpkin spice latte ahora mismo, y cree que Una rubia muy legal es la mejor película de los últimos 20 años. Este segundo lobo lleva esperando el estreno de Emily in Paris desde principios de año.

Sé de sobra que no estoy sola en esto, esta identidad colectiva que comparto con muchísimas más mayormente chicas de mi generación es un constructo social que han tejido gente como Darren Star, creador de series como Sexo en Nueva York, Sensación de vivir, Melrose Place o, ahora, Emily in Paris. Una generación de básicas que hacen todo lo posible por disimular que lo son, y que llevan dentro de ellas un lobo que alimentar con series que giran alrededor de las cejas de Lily Collins.

Nadie se espera que las series romcom con una protagonista que se adentra en el mundo de la moda sea el documento audiovisual del año. Nadie, ni siquiera, se espera un guión que tenga un solo giro argumental que no se vea desde 5 capítulos atrás. Para aquellos que se han visto comedias románticas anteriores, Emily in Paris ofrece un pucherito de comfort food, la familiaridad del guiso de una abuela para el alma. Hemos venido a divertirnos, a tuitear “qué mala es pero cómo me la voy a tragar entera”, y a pasar de ganar.

Siguiendo la línea editorial de El diablo viste de Prada si Andy se hubiese hecho un curso express de marketing online, Emily lo da todo por su trabajo como manager de redes sociales de marcas de lujo dejándolo todo su novio incluído en Chicago para mudarse a París. Emily, cuya única personalidad es ser delgada, tener unas cejas de escándalo, y llevar la identidad de básica en el exterior, nos recuerda por qué la escapada a la capital francesa de Blair Waldorf duró un capítulo y medio: el riesgo de convertirse en un publirreportaje de la ciudad que ni Woody Allen, haciendo un brainstorming de todos los clichés, desde el Louvre al pain au chocolat, es demasiado alto.

Por suerte el listado de todos los clichés franceses existentes es finito y eventualmente se agota. Gracias a ello y a un par de enredos narrativos que no se dejan ver en la primera mitad por estar explicando el papel de cada personaje —tú, amiga cuya personalidad es escuchar a la protagonista, tú, Meryl Streep en El diablo viste de Prada—, la serie remonta en la segunda mitad de la temporada, y a pesar de nunca llegar a ser ~buena~, se deja ver bastante a gusto.

El gran problema de Emily in Paris, como comedia romántica, está en su eje central: el romance. La serie tiene todos los elementos para ser “Gossip Girl se va de Erasmus” excepto por la emoción y su falta de habilidad para crear escenas que queden en la memoria. Metiendo como love interest a un guaperas con el rango expresivo de Melania Trump, parece que los productores de Emily in Paris no han aprendido la lección que Gossip Girl enseñó a todos los creadores de series de éxito con Nate, el prototipo chico guapo, que pasó a ser el mueble oficial de la serie. Con la buena fama de canallitas que tienen los franceses no les costaba nada meter un cliché más entre tanta boina y hacer de este un nuevo Chuck Bass para las nuevas generaciones.

La mayor lanza a favor de Emily in Paris, una vez pasado el impulso de pegarle con una baguette, es su buen timing. Este París imaginario sin coronavirus, ni basura por las calles, ni sus míticas ratas del metro, ni tan siquiera un solo turista es un oasis mental en el momento en el que nos encontramos. Los últimos Emmys Schitt’s Creek, una serie mediáticamente desconocida con 6 temporadas a su espalda, arrasaba en el apartado de comedia llevándose 9 premios. No era que su última temporada fuese muchísimo mejor que las demás cinco, sino un síntoma de lo desierta que estaba la competencia en las series de humor en una época de bajona donde solo se producen dramas. A pesar de que estamos ante una serie condenada al olvido por su falta de shippeos buenos a menos que se despeguen de Emily, que por el título de la serie parece imposible, y hagan de esto algo coral, Emily in Paris es un poco de lluvia en un año con sequía, y su éxito, porque lo va a tener, un recuerdo de que todos nos merecemos ver cosas que hagan que el cerebro vaya en blanco en épocas donde todas las noticias son emocionalmente agotadoras. Y ya se habla de segunda temporada.