Yo cuando me miro en el espejo, pienso: ¿soy yo o mi cara está cincelada por algún dios griego? Siempre me pasa lo mismo, cuando salgo de fiesta camino con el mentón levantado y cada vez que hago contacto visual con alguien que me devuelve la mirada, me lo recuerdo: "Ahí está la prueba, le gusto". Como creo que todos los seres de este planeta están enamorados de mí, lo que hago es poner cara de asco como si acabara de oler un pedo y así consigo alejar a los moscones que están al acecho para ligar conmigo. Créeme, es lo único que funciona.
Y así cada día de mi vida, desde hace años y en todos los ámbitos: en clase, en la calle, en el trabajo, de fiesta... creo que le gusto a todos los hombres que interactúan conmigo y, si no lo parece, es porque lo disimulan un poco mejor que los demás. No es hasta que estoy en la boda de ese tío y una de mis mejores amigas que me paro y me pregunto: "pero, espera un momento, si a este le gustaba yo, ¿qué hace casándose con ella?".
Tradicionalmente es a los hombres a quien se acusa de ser unos pésimos intérpretes de señales en todo esto del arte del ligue y hay algunos que ni aunque se les plante un cartel luminoso en la cara se dan cuenta de que estás mostrando interés por ellos. Pues a mí me pasa todo lo contrario. Veo interés en cada palabra que me dirigen, en cada pregunta que me hacen y en cada mirada que me echan. ¿Es un problema o soy yo que me veo que estoy demasiado buena?
En realidad, tampoco es que sea yo un pibón de pasarela ni que tenga cara angelical, soy más bien de la parte alta del montón, pero tengo un 'no sé qué, qué sé yo' que creo que les vuelve locos a todos. También soy bastante exigente a la hora de hacerle caso a alguien, así que me paso la vida consultando a mi entorno cercano si, como yo, cree que a esa persona le gusto, e intentando dejar a mi paso el mínimo número de corazones rotos posibles.
Sin embargo, con los años y ante evidencias, ha ido entrando en mí la idea de que tal vez este interés desmesurado que despierto a mi paso no sea del todo real sino que buena parte de él resida en mi cabeza. Han sido desde pequeñas señales, como el típico tío al que devuelves sonrisa y saludo efusivo para darte cuenta que en realidad iba para alguien que estaba detrás de ti, o grandes revelaciones, como la que tuve en la boda de mi amiga, o durante esos años de sequía en los que había perdido tanta práctica con el sexo que me planteaba pagarme alguna clase de reciclaje como con el carné de conducir.
Siempre he sentido muy identificada con divas como Rihanna o Taylor Swift que en las entrevistas aseguran que ligan muy poco, que los hombres les tienen miedo y no sienten que estén a su altura como para pedirles el teléfono. Alguna vez he pensado que debía ser eso lo que me pasaba, pero conseguí bajarme los humos con algún destello de realismo y alguna hostia de una buena amiga diciendo: "Pero tía, que el chaval solo te ha preguntado la hora". Yo siempre me quedo con cara dequédices porque juro que realmente percibo la libidinosidad en el ojo ajeno, aunque solo sea fruto de una cabeza con un ego desmedido.
Así que como noto que nadie lo entiende, he aprendido a llevar mis delirios de grandeza por dentro. Cuando un hombre me para por la calle a preguntarme por una dirección, le contesto amablemente mientras pienso: "sé que me has parado por mi body serrano, pero entre nosotros no puede haber nada". Y a los novios de mis amigas les digo mentalmente: "lo siento chicos, no puedo ser la madre de todos vuestros hijos así que os tendréis que conformar con verme esporádicamente cuando quede con vuestras parejas". A ellas ya no se lo cuento, porque alguna mala experiencia me ha enseñado que no lo suelen comprender.
¿Y cómo lo hago? Gestiono mi pequeño problemilla de percepción con los hombres de forma discreta y no dejo que interfiera en mis relaciones sociales con el otro sexo. Pero yo, os lo juro, pero por dentro sigo pensando que algún día el mundo se dignará a reconocer que le gusto pero que no se ha atrevido a decirme nada, como le pasa a Rihanna.