Me pillaron robando en el trabajo y fue la experiencia más ridícula de mi vida

Cuatro jóvenes que decidieron robar en sus trabajos te cuentan la vergüenza que pasaron cuando les pillaron ¡o casi!

Todos hemos tenido la tentación de robar algo en el trabajo. Curres donde curres, seguro que hay muchos productos y objetos, ya sean de oficina, cocina o comida, que quieres con todas tus ansias y que están ahí, desaprovechados, sin que nadie los use. ¿Por qué no extender la mano y cogerlos? Aunque, mejor pensado, quizá no deberías. Cuatro jóvenes que robaron en sus trabajos y pasaron algunos de los momentos más ridículos de su vida te cuentan con todo lujo de detalles su triste experiencia.

Albert*, 24 años, pasión por el jamón

Trabajaba en una fundación sobre educación medioambiental. Tuvieron un acto al que acudió el antiguo alcalde de Barcelona, Xavier Trias, así que era algo importante. Había muchísima gente y prepararon un cáterin increíble. Tenían un jamón buenísimo con el que todavía a día de hoy tengo sueños eróticos. Pero no podía comer porque era solo para los vips había poco y era caro.

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Había diez bandejas de jamón, y yo tenía mucha hambre, así que cuando empezó la presentación, cogí una bandeja y me encerré en el baño a comerla. De golpe escucho “sí, se ha metido dentro del baño con una bandeja”. Era uno de los camareros, que me vio. Pocos segundos después, mi jefa me picaba a la puerta. Salí con el jamón en la mano. Me pidió una explicación. No supe qué decirle. La bronca fue increíble, y si no me despidieron fue porque tenía un puesto de responsabilidad.

Marta*, 25 años, la señora de los subrayadores

En mi oficina me llaman “la señora de los ibuprofenos”. Soy la típica que siempre lleva pastillas en el bolso. Un día, una compañera se encontraba fatal, nivel quererse ir a urgencias. Antes de cogerse la baja, decidió tomar una pastilla e intentar aguantar. Alguien dijo que yo siempre tenía, pero yo estaba reunida y me había dejado el bolso en mi silla. Así que lo abrieron para coger un ibuprofeno.

Lo que no sabían es que yo, desde hacía un tiempo, había fichado en la oficina un armario lleno de subrayadores que nadie utilizaba. En esa semana estaba de exámenes del máster y, harta de subrayar como poseída y quedarme sin tinta, fui y cogí los más de 30 subrayadores desprotegidos. No sé por qué no los dejé en casa y los iba cargando cada día por ahí. Entonces, claro, cuando abrieron el bolso se encontraron con todo el botín. RRHH me regañó y pusieron un candado al mueble. “Son gratis, pero no abuses”, me dijeron. Ahora para coger algo se tiene que pedir permiso y que te abran el candado. Y ya no me llaman la señora de los ibuprofenos, soy la de los subrayadores.

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Javier*, 26 años, el fetichista

Yo era becario y estaba muy, muy enamorado de mi jefe. Trabajaba en su despacho, en un bufete de abogados. Muchas veces me quedaba solo porque él tenía mil reuniones y cosas de persona importante. Además, iba al gimnasio con bastante frecuencia. Un día se dejó la bolsa de deporte con todo sudado en el despacho y se fue a una reunión en la otra punta de Barcelona. Yo, que tengo un considerable fetiche con la ropa interior, abrí su mochila y le robé la ropa interior. Me la guardé en la mochila y cuando llegué a casa me la puse y me masturbé con ella. 

Al cabo de unos días de mucha tensión en la oficina, me confesó que sabía que era yo quien se la había robado y que se sentía muy incómodo. Supongo que se lo dijo a todo el mundo porque me miraban mal en el gabinete. No aguanté mucho más, solo una semana de miradas acusatorias. A un mes para finalizar las prácticas, le pedí acabar antes el contrato. No me pidió explicaciones, aceptó al momento. No volví a verlo. 

Daniela*, 24 años, la ladrona de tuppers

Trabajo en una empresa de management. Una vez hicimos un evento muy importante y la empresa de cáterin trajo unos 200 tuppers con comida. Como me estaba mudando, pues robé tres tuppers —¡vacíos!— para mover cosas de una nevera a la otra. Al día siguiente me dice el de seguridad “qué pereza, tengo que ir a ver las cámaras de seguridad con los jefes porque han robado a los del cáterin”. Me morí de la vergüenza: ¿era por los tuppers? ¿de verdad me iban a ver por la cámara mis jefes robando tres tuppers? Ya no era sentimiento de culpa, era de vergüenza. Si me hubieran pillado robando algo más caro… Pero no, tres tuppers vacíos.

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Por suerte, se ve que habían robado unas trufas y ostras carísimas, y habían desaparecido una hora antes que yo robase los tuppers, así que en lo que vieron de metraje no salía yo. Y me libré. Pero pasé mucho miedo y veía mi reputación destruida.


* Los nombres de los ladrones han sido cambiados para proteger su identidad.