"Enhorabuena, es una chica"
Y entonces empezaron los rosas, los vestidos y las faldas, el pelo largo porque queda bonito, los estirones, las trenzas apretadas, la educación delicada y las normas rígidas estereotipadas. Porque las chicas son chicas y tienen que hacer cosas de chicas.
Como jugar a las barbies.
O ser princesas.
Vestir de princesas.
Besar como princesas.
Y llorar encerradas como princesas.
Y esto solo para empezar. Los estereotipos sociales se arrastran tras nosotras desde la infancia como un estigma que representa la crudeza real. Los mandamientos de género en la mujer son crueles y también patéticos. La belleza femenina no es libre sino que está encadenada a una realidad que nos obliga a ser y estar guapas. Creemos que somos libres, pero no lo somos. Creemos que nuestros patrones de conducta son libres, pero no lo son. Creemos muchas cosas que al final son la construcción de una sociedad sexista que ejerce sobre nosotras un tipo de violencia indirecta que no elegimos pero que nos acompaña como un monstruo el resto de nuestros días.

Porque la belleza duele. Duele el sujetador que aprieta, duele el maquillaje que asfixia la piel, duele la depilación, la menstruación, la forma en la que levantamos nuestro pecho y erguimos nuestra postura para que se note que somos mujeres. Duele ser madres y duelen tantas cosas que hemos normalizado que ni siquiera ya nos paramos a pensar en ellas.

Esta es la incomodidad estética de la fotografía del artista Yung Cheng Lin, más conocida como 3cm. Un homenaje a nuestro lado oscuro mediante la representación de la sexualidad, la belleza fingida y los prejuicios sociales acerca de lo que significa ser mujer en una sociedad aparentemente moderna.
La reflexión a la que nos lleva esta fotografía, a pesar de la asfixia que uno puede sentir al verla, no es otra que la de atentar contra un tipo de sociedad que nos obliga a cumplir unas rígidas e inquebrantables normas estéticas. De hecho, la intención del taiwanés Cheng Lin es precisamente ésta. Abordar los mandamientos femeninos y hacer entender que la aceptación social también pasa por comportarse de manera individual e independiente. Sin perfección, sin restricciones, sin obligaciones y sin compromisos acerca de lo que es o no considerado estéticamente bello.
La forma en la que Yung cubre el tema de la sexualidad y los ideales de belleza tan poco realistas es quizás incluso dolorosa. Uno puede verla y no sentir nada o puede verla y tener que apartar los ojos porque es violenta y desagradable. El formato de sus fotografías, utilizando elementos cotidianos y jugando con la exposición de la luz, es surrealista y turbadora en términos estéticos pero conmovedora y emocionante en todo su significado.
Un homenaje lleno de llagas y espontaneidad que invita a la liberación y aborda el atractivo de las chicas que mandan a la mierda las dietas donde se deja de comer helado, las fajas que aprietan y ocultan los estómagos que abultan, la cosmética que invisibiliza la piel real pero también imperfecta y todo aquello que suponga despedazar la tendencia a vivir en un mundo donde nos obligan a ser diferentes pero estratégicamente iguales.