El lado oscuro y machista del indie español en una novela

Gala Meira ha escrito un libro que retrata el machismo y el cinismo imperante en la escena del indie que dominó los locales alternativos durante las primeras décadas del 2000 

Hay quien ya va por los treintaymuchos o la cuarentena y sigue aferrándose al indie como la gran música que se está perdiendo, reniegan de Bad Bunny y del trap para ensalzar a The Wave Pictures, Bon Iver o lamentan que el folk de leñador se haya quedado en música de cafeterías pijas. Pero hay quien echa la vista atrás y destapa un boom musical cínico y machista.

Ella es Gala de Meira, pseudónimo de Cristina V. Miranda y a sus 39 años lo ha hecho en su novela ‘La entusiasta’, editorial Dosmanos, donde explica como ex grupie cómo era vivir en primera línea del boom de los grupos y festivales indie que regaron las primaveras y veranos de miles de jóvenes en España y que ahora aún se mezclan con las nuevas estrellas de la música, cada vez más urbanas. 

La novela es una ficción con muchos elementos vividos en su propia vida, con vivencias basadas en sus años de Universidad y después saliendo por Malasaña, y da una lectura de género al boom en el que muchos cantantes y aficionados no quedan muy bien parados. 

En una entrevista reciente en El País lo cuenta sin pelos en la lengua. “Éramos todos víctimas de un momento determinado; ahora, quien actualmente no haga autocrítica y no se lleve las manos a la cabeza por lo que pasó, evidentemente tiene un problema”, dice la autora, que asegura que en ese entorno se vivían “cosas oscuras”. 

Una de ellas tiene que ver con “el cinismo” imperante, en el que estaba mal visto mostrar pasión por algo, entusiasmarse, y lo cool era mantenerse frío y con el mentón arriba. “Había vergüenza a sentir pasión por algo”, dice. Por lo que respecta a los conocimientos musicales, Cristina recuerda que los hombres siempre tenían que conocer más bandas que las chicas, saber más que ellas. 

Pero va un poco más lejos en su relato. Describe la escena del indie como “sórdida, con mucha roña y muy heteruza” y pone un ejemplo muy crudo. Los límites del consentimiento eran entonces aún peores que ahora desde el punto de vista de la mayoría de hombres. “Son cosas que pasaban todo el rato: el acostarte con una chica que estaba borracha y no se estaba enterando de nada. Eso no le parecía extraño a nadie. Nadie se planteaba si eso estaba bien o mal. No había debate posible. Cuando nosotras hablábamos llegábamos a la conclusión de que la culpa era nuestra, porque nos habían educado para mantener la consciencia: una mujer no podía perder el foco”, relata.