La nueva ola de creadoras de series de televisión británicas es un tsunami. Después de un año en el que era imposible leer una frase sobre ficción televisiva sin chocarte con el nombre de Phoebe Waller-Bridge, tengo un pequeño presentimiento de que en 2020 ocurrirá lo mismo con Michaela Coel. Quién sabe, sigo confiando en que le daremos la vuelta a este desastre de año.
Quizás aún no te suene tanto el nombre de Coel, pero seguramente has visto su cara rondando por tu menú de Netflix, con una estampita que pone Chewing Gum. Su serie debut en la plataforma, sobre una chica de 24 años interpretada por ella misma, sexualmente frustrada e incrementalmente desencantada con el entorno cristiano en el que ha sido criada tal vez no tuviese los índices de audiencia de otras series de la plataforma como Stranger Things o Black Mirror, pero consiguió poner a su creadora en el punto de mira de toda la crítica televisiva.
Michaela Coel vuelve este 2020 tan tenso, tan Black Lives Matter, tan Me Too, en el que estamos tan enfadados y tan cansados de cordialidades, con I May Destroy You, pasándose a HBO. Ver series creadas por autoras afrodescendientes es un soplo de aire fresco entre este ahogo de series que añaden personajes racializados para cumplir cupo, con creadores blancos que proyectan sus visiones de las vidas de los otros que van desde lo cliché hasta lo paternalista. Y en un punto de la historia en el que hay 24 películas de 007 me niego a tener que argumentar por qué necesitamos más historias de gente no blanca contadas en primera persona.
Michaela es aquí Arabella, escritora millennial, divertida y alocada que vive en Londres. Tiene un crush con un italiano al que va a visitar a menudo escudada por cualquier excusa. Vive con un amigo, sale de fiesta y se droga a menudo. Después de su primer exitazo con un libro feminista basado en sus tuits, y apretando la noche antes de entregar el borrador de su segundo libro, Arabella sale con unos amigos. Elipsis. Arabella acaba el borrador de su segundo libro mientras amanece. Le sangra la ceja y la pantalla de su móvil está rota.
La conciencia de que algo falla viene a medida en el que este vacío se va llenando poco a poco con recuerdos de imágenes estáticas y ruidos. Antes de acabar el primer capítulo todos —yo, tú, Arabella, sus amigos— sabemos lo que ha pasado y nadie quiere hablar de ello.
La serie pilla a cualquiera que se haya leído la sinopsis desprevenida, de la misma manera en la que alguien con nombre y cara narra un abuso sexual que ha vivido en sus carnes. Conozco los números, entiendo la colectividad y lo racionalizo. Los medios han sensacionalizado, exprimido por morbo y casi ficcionalizado tanto las violaciones que soy inmune a los datos. Pero cuando alguien me lo cuenta mirándome a los ojos, estremezco. Coel, como muchas de las víctimas, como la misma Arabella, resta dramatismo al asunto dándole un tono ácido y en ocasiones hasta humorístico, lo que deja al espectador en una posición de absorción total, liberada de cualquier sensación de manipulación emocional. Esto no es sensacionalista ni morboso: es aterrador.
La premisa de la violación como parte visible de esta sinopsis eclipsa todos los demás horrores comunes que ocurren en la realidad de sus protagonistas. Una vez estás sensible y tensa, I May Destroy You desmenuza el concepto de consenso en las relaciones sexuales a través de prácticas normalizadas, ejercicios de masculinidad tóxica y de racismo asimilados en la sociedad.
Feminismo, como un chicle
El drama personal de Arabella se intensifica en contraste a su mejor amiga, que participa en un casting de “belleza feminista” en el que tras decir su arroba de Instagram y número de seguidores le piden que diga una vez que se ha sentido libre. Me entra la risa y pienso en el brainstorming de diseñadores del Zara pensando las frases feministas que van a poner este mes en sus camisetas. “Soy libre”. “We all should be feminists”. Pienso en el pinkwashing, en las estúpidas discusiones que hay cada poco tiempo en las redes sociales sobre terminología feminista que distraen de problematicas reales. Pienso en mi misma, desde mi privilegio de chica blanca dando likes a infográficas que concluyen que las mujeres somos mejores jefas, trabajadoras, loquesea y en Michaela Coel diciendome “ey, chati, céntrate”. El capitalismo ha cogido el concepto de empoderamiento femenino y lo ha deformado cual chicle. Lo ha aplanado para unas pocas que tenemos el dinero y los medios de permitirnoslo.
No es cuestión de “hay gente que está peor que yo así que no debería quejarme o luchar por la igualdad que me corresponde”. Claro que debería. Arabella relativiza su propio trauma repitiendose a si misma “hay niños que mueren de hambre en África”. Los diferentes personajes de I May Destroy You sufren abusos que se niegan a afrontar porque al lado del sufrido por Arabella son, a sus propios ojos, ridículos. Michaela Coel te dice aquí que toda lucha, hecha desde la interseccionalidad y desde un ángulo externo al beneficio propio, es importante. La escena en la que Arabella tiene sexo con la regla y se le escapa un coágulo de sangre es importante. Reivindicar a tu pareja tu derecho a no depilarte es importante. Recalcar la parte baja del iceberg del feminismo que facilita los horrores visibles de la realidad de las mujeres es importante.
Puede que I May Destroy You sea tan hechizante porque tenga parte de exorcismo. Michaela Coel fue abusada sexualmente durante el tiempo en el que se hacía Chewing Gum, proceso que tuvo que vivir sola, dialogando con sus propios demonios en lo que le ha servido como una de los mayores estudios emocionales del trauma que eso supone. Si no es el mejor drama del año, I May Destroy You definitivamente es el más necesario.