Para unos es la película más tierna en años. Para otros, un documental bonito pero que se pasa de ñoño. Lo que está claro es que este año de pandemia en que las ciudades han entrado en crisis y tanta gente se ha volcado al campo y a la montaña, los suscriptores de Netflix estábamos receptivos con un documental de este tipo y el Oscar se lo acabó reconociendo. Craig Foster, cineasta y buceador, intenta sobrellevar su depresión instalándose en su casa familiar de Cabo Occidental, en Sudáfrica. Allí medita y bucea y es durante esas inmersiones que descubre que tiene mucha más conexión con un pulpo que, incluso, con su hijo.
Desde que descubre la guarida de este pulpo hembra, Craig empieza a visitarla cada día. Bucea a pulmón, para estar en sus condiciones, y consigue unas imágenes inéditas sobre la cotidianidad de este animal marino, cada vez más cercano, con quien pasa el rato, se acarician, se miran, se acompañan. La producción, dirigida por Pippa Ehrlich y James Reed, consigue humanizar el animal y hace que el hombre empiece a utilizar la relación para estar mejor consigo mismo y con los demás.
Es cierto que quienes hemos crecido en las ciudades solemos acercarnos a la naturaleza con poca paciencia y poca capacidas para observarla. Somos impacientes y bruscos y Craig te enseña que si te acercas poco a poco, los animales no se asustan, sino que icluso pueden desarrollar por ti la misma curiosidad que tú tienes hacia ellos. "Mucha gente dice que los pulpos son alienígenas, pero lo más raro es que si te acercas a ellos te das cuenta de que en realidad nos parecemos mucho", dice el protagonista.
¿Cuánta gente no ha descubierto este año su pasión por ir al campo o por tener en casa plantas y verlas crecer? Durante muchos años hemos vivido en deuda con la naturaleza y el éxito de este documental demuestra que queremos sentirnos parte de ella. "Lo que me enseñó [el pulpo] es que somos parte de este lugar, no simples visitantes", insiste Craig hacia el final de la película, una oda ecologista, una demostración gráfica de lo pequeños que podemos llegar a ser los humanos si realmente nos ponemos en el lugar que ocupamos en el planeta. Somos animales conquistadores, pero en realidad, no somos más que otra especie que convive en este enorme ecosistema.
El Oscar ha dado a los creadores de Lo que el pulpo me enseñó el espaldarazo para seguir creado cine que luche por el medio ambiente y la naturaleza. Es obvio que llamar amistad a la relación entre un hombre y un pulpo no deja de ser una exageración algo idealista, pero sí que es cierto que no podemos seguir viviendo de espaldas a la naturaleza, sin entender cómo es o cómo funciona, porque la humanidad formamos parte de ella y si no la escuchamos acabaremos destruyéndola.