Qué nos ha enseñado esta temporada de 'La Isla de las Tentaciones' sobre el amor

Sus relaciones, aparentemente tóxicas, son un reflejo de nuestros rasgos más tóxicos. Podemos aprender mucho si observamos cómo replicamos, a pequeña escala, sus exageradas reacciones amorosas

Se ha acabado la segunda temporada de La Isla de las Tentaciones a la espera del episodio de reunión, donde veremos qué ha sido de cada uno de ellos después de la grabación. Nos ha enganchado, ha dado mucho de qué comentar, ha sabido mantener el nivel de la primera edición y, al igual que su predecesora, también nos deja muchas enseñanzas que podemos aplicar a nuestras relaciones sexoafectivas. Y no por imitación, precisamente.

Para empezar, el tema que más ha dado de qué hablar. La relación de Melyssa y Tom. Sí, estamos frente a un sádico emocional al que no le importaba que su pareja, de lo mal que estaba, se hubiera saltado todas las reglas y hubiera ido a llorarle, porque después de verla destrozada decidió liarse con otra. Está claro que no hace falta un artículo para saber que de personas así lo mejor es huir: si Tom, después de ver a alguien sufrir, no paró sus impulsos sexuales, es porque no siente ningún tipo de empatía hacia el dolor, y con ese tipo de gente solo saldrás con heridas.

Pero si nos deja una lección esta relación es que para salir de un pozo emocional muy profundo lo que necesitamos son amigos. Lo demostró su compañera, Melodie, apoyando a Melyssa cuando se derrumbó al ver las imágenes de Tom besando a una de las solteras, recordándole que ella vale más que los engaños de su pareja y que nuestro valor no disminuye por las acciones de los demás. Melodie le demostró que por mucho que alguien nos hiera, traicione o se burle de nosotros, no somos menos por haber sido víctimas y no debemos sentir vergüenza por haber sufrido una “humillación” romántica. Algo muy importante de recordar porque, a veces, duele tanto el engaño como pensar que todos te conocerán como cornudo.

Hablando de los cuernos, la psicóloga Maria Esclapez lo recordaba en sus redes: “si A es pareja de B y A es infiel a B con la C, la responsabilidad no es de C, es de A”, respondiendo a quienes decían que Sandra, la soltera con la que Tom engañó a Melyssa, era “una guarra”. Lo único que se le puede reprochar es “su código ético”, porque decidió liarse con la pareja de alguien que sabía que estaba sufriendo mal. Pero, a pesar de eso, ella no tiene ningún tipo de responsabilidad dentro de la relación. Importante recordarlo, la culpa de los cuernos nunca es de la tercera persona, siempre es de los implicados en la relación.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Otra relación de la que podemos aprender es la de Mayka y Pablo. Fue el claro ejemplo de “no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. Ella hizo cuernos preventivos: pensaba que no la quería y que se liaría con otro, así que dijo “pues voy a hacerlo antes de que se me adelante”. Luego, obviamente, en cuanto vio las imágenes de él triste se sintió muy mal y se dio cuenta de que quizá la había cagado tirando a la basura una relación de tres años por sus miedos. “¿Qué necesidad hay de perder algo para valorarlo?”, recuerda Esclapez.

La pareja más longeva de la temporada fue la de Lester y Marta. Iban a comprobar su amor, pero en los primeros capítulos ya se notó que fueron a ponerle los últimos clavos al ataúd: Marta lo dijo en cuanto empezó a hablar con los solteros: “hacía años que no me sentía así e bien, teníamos una relación tóxica”. Ambos aseguraron que estaban cansados de dar y dar, pero no recibir lo que querían a cambio. Es otra reflexión muy interesante: el altruismo emocional está bien, pero una pareja tiene que ser recíproca. Aunque haya amor su caso, si la relación se ha enquistado y ya no os cuidáis ni os dais lo que necesitáis, esa relación está condenada al fracaso. Ambos estaban agotados, y lo demostraron con su decisión final: irse el uno sin el otro.

Y ese es, al final, el quid del programa: si no os sabéis hacer felices, salid de ahí, aunque os queráis. Solo las parejas que sí sabían y se aportaban algo bonito entendían que los solteros, las tentaciones, solo eran un escaparate del deseo. Que lo que le aportaba esa persona fuera del programa era mejor y era por lo que valía la pena apostar.