Mi madre siempre me ha dicho que si ella si fuera hombre, tuviera 25 años menos y no fuera mi madre, se enamoraría de mí. Dice que soy razonablemente guapa, suficientemente inteligente, medianamente simpática, sé cocinar sin tener que mandar a nadie al hospital y, seguramente, sería una buena madre y conseguiría que mis hijos sobrevivieran, al menos, los 5 primeros años de vida. Ella lo dice todo sin paréntesis, pero yo me he visto obligada a matizar su discurso en vista de que parece que es la única que lo piensa.
En realidad yo también creo que tiene razón así que voy por la vida con la cabeza bien alta, como si fuera la hostia en vinagre, contoneo las caderas, hago chistes y soy paciente cuando me paran por la calle. Pero luego resulta que ni las cabezas se giran a mi paso, ni los auditorios me ríen los chistes, ni me habían parado para pedirme un autógrafo, sino la dirección de alguna farmacia en el barrio.
También tiendo a pensar que todos los hombres están enamorados de mí. En realidad que quieren probar mi cuerpo serrano. Y no los culpo, pero me agobian y me quejo. Les digo a mis amigas: "joder, es que ya me está mirando otra vez", "me ha vuelto a escribir" o "qué pesadito es". Pero pasa el tiempo y esos signos que yo veía tan claros no acaban de materializarse, así que concluyo que al final les ha dado miedo declararse, como a Rihanna, que ella también dice que le cuesta ligar.
O a lo mejor lo que me pasa es que tengo un problema de comunicación, como los partidos políticos. Esos que dicen que no entienden por qué la gente no les va a votar con lo bien que lo han estado haciendo los últimos cuatro años. Debe ser que no han sabido comunicarlo a la población y yo les entiendo tanto, porque lo vivo cada día en primera persona.
Debería contratar a un community manager que me escribiera en el whatsapp y a un director de campaña con el que trabajar mis intervenciones públicas antes de cada cena con amigos. No tendrían mucho que hacer, solo deberían pulir el diamante en bruto que llevo dentro para que el mundo se diera cuenta, de una vez por todas, de que me tiene que querer.
Que conste que no lo hago por mí, lo hago por ellos, para que no me veneren cuando esté muerta, como a Marilyn, y se tengan que dejar los cuartos comprando mis bragas en alguna subasta o mis fotos inéditas de cuando no me conocía ni mi madre. Bueno, mi madre sí, y mis dos hermanas, mis tres colegas de la uni y mis 80 seguidores en Instagram. Pero claro, luego veo a todos esos mamarrachos en youtube y me pregunto qué tienen ellos que no tenga yo. A santo de qué les llaman a ellos influencers y a mí no. Pero si me hago unos selfies en el baño que no me lo creo ni yo.
Lo que está claro es que no puedo seguir viviendo un día más retozando en este absurdo anonimato. Tengo que descubrirle a la gente todo mi potencial, echarme un novio a la altura de mi perfección y que empecemos a mostrar lo maravillosamente felices que somos en todas nuestras redes sociales. Porque en un mundo que procesa tanto el culto a la persona, ¿a qué otra cosa puedo aspirar que a mirar la vida desde lo alto de un pedestal?