Como diría Andrés Calamaro, ¿quién no ha sentido alguna vez lo que tener es el corazón roto? Una sensación tan plural, tan imperfecta y tan representativa no es de extrañar que acabe por inyectarse de forma generalizada por la piel de todo aquel que sabe lo que es necesitar varias manos porque solo con las suyas no basta.
Puede entonces que no te suene el nombre de Alfonso Casas o puede que ya te hayas dado de frente con alguna de sus ilustraciones. En cualquiera de los dos casos, lo que está claro es que su trabajo no puede dejarte indiferente. Con ya dos obras a las espaldas, este zaragozano consigue que te tiemble el corazón con ilustraciones que apelan directamente al concepto del amor desde una perspectiva menos idealista. Y cuando hablamos de idealización nos referimos a los clásicos que apuntan a relaciones que se gestan bajo la felicidad eterna e historias idílicas que se construyen a partir de musas, perfección y utopías que ya no pertenecen a la forma de quererse del siglo XXI.
Aunque sus ilustraciones 2.0 viajan con él en algunas de sus libretas Moleskine que posteriormente se convirtieron en un libro, sus dibujos le han ido llevando hacia un camino donde los corazones rojos son el principal protagonista de las historias que se cuentan tras ellos. Bajo la audacia de quien quiere representar el amor con ironía, sarcasmo y rotulador negro, el juego de palabras y la sátira son la forma que tiene de contar experiencias que revelan corazones rotos y destruidos por el egoísmo, la rapidez y la instantaneidad que determinan las relaciones en el momento actual. No es de extrañar, por tanto, que se haya convertido en uno de los ilustradores más representativos de la cultura 2.0 cuyo contenido está destinado a todo aquel que vivió alguna vez una quiebra emocional cuyo resultado no ha podido ser otro que el de tener que inyectarse un poco de paciencia en las venas.
Pero a pesar de los posibles destrozos representados en sus últimos trabajos, Alfonso Casas también ha sabido contar historias y lo hizo en el que fue su primer libro Amores Minúsculos. En él, el autor confiesa cuál fue el origen y el objetivo de la idea"Siempre me han interesado las historias que se cuentan desde distintos puntos de vista, que nos permiten acercarnos a un acontecimiento cualquiera desde una perspectiva mucho más amplia. Por ejemplo, en una cita, hay un hecho objetivo que es la cita en sí, y otro muy distinto de cómo lo viven ambas partes".
Así como diría él mismo, "El amor tiene extraños caminos, pero siempre acaba por encontrarnos". Solo nos queda añadir: suerte y que no te destroce cuando lo encuentres.
