Da igual si pasaste una noche épica con tus colegas en la discoteca o si fue una noche pocha de las que preferirías no guardar recuerdo. Si las risas se te caían de los bolsillos o si eran las lágrimas las que caían por tu cara fruto del bajonazo. Da igual porque tu estado era el mismo, el de borrachx como un murciélago sordo, y la resaca llegará inevitablemente con la ansiedad cogidita de la mano. Estés triste o feliz. Estés más enterx o más rotx. Estés solx o acompañadx. La dama de la intranquilidad aparecerá y hará que te pases todo el día de rehabilitación con una pregunta en la cabeza: ¿qué mierda pinta la ansiedad aquí? Pues al parecer y según la ciencia muchísimo.
”Este estado, que puede venir acompañado de tristeza o irritabilidad, se produce debido a una alteración de la actividad neuronal del cerebro que regula la excitación y la inhibición de determinados circuitos neuronales. En concreto, hay un aminoácido y neurotransmisor llamado GABA (ácido gamma-aminobutírico) que está distribuido por las neuronas del córtex cerebral para inhibir ciertas respuestas del cerebro, de ahí que se le conozca como el neurotransmisor de la calma y la relajación”, explican desde El Confidencial. O dicho de otra manera: el alcohol crea el caos en la sala de máquinas de tu cerebro. Desactiva tus herramientas de serenidad. Una putada.
Lo que sucede después de una borrachera
Por supuesto, y durante la borrachera en sí, hace justamente lo contrario: sobreactiva los receptores GABA de forma que dejas de preocuparte por la vida. Estás bañadx en antiansiedad. Los exámenes te dan igual. Tu malditx ex te da igual. Tus problemas existenciales te dan igual. Sin embargo, este maravilloso regalo de la vida “se traduce al día siguiente en un mayor trabajo para el cerebro de cara a volver a activar estos neurotransmisores”. De repente, todas tus movidas se te hacen bola en la garganta y casi no puedes respirar. Los exámenes son una tragedia. Lo de tu ex duele como si fuera nuevo. Y los problemas existenciales pesan una tonelada.
Todo esto es especialmente cierto en personas que no acostumbran a beber pero cuando lo hacen se cogen la del quince. En palabras de John H. Krystal, catedrático de psiquiatría de la Universidad de Yale, “una persona que no bebe habitualmente pero padece graves intoxicaciones etílicas experimenta una forma muy breve del síndrome de abstinencia del alcohol”, lo que incrementa este descontrol de ansiedad. Y beber más frecuentemente para evitarlo no es una solución. No una sana. No una recomendable. De hecho, quizá vaya siendo momento de hacernos la única pregunta que importa en relación al alcohol: ¿por qué lo sigo bebiendo?