El pasado año había escolarizadxs en España más de ocho millones de estudiantes, pero solo 46.238 de ellxs fueron diagnosticadxs con altas capacidades intelectuales. Una cifra muy por debajo de lo esperado por la comunidad científica. Además, hay otro dato importante: el número de niñas diagnosticadas fue significativamente menor que el de niños. ¿Cuestión biológica? Para nada. Como escribe la profesora de psicología Ana Mónica Chérrez, de la Universidad Pública de Navarra, en una publicación para The Conversation, “las investigaciones recientes señalan que no son justificables ni biológica ni cognitivamente estas diferencias”. La clave está en otra dimensión: en la de la desigualdad de género.
Porque las niñas con altas capacidades enfrentan dos retos diferentes. Por un lado, las dificultades derivadas de dicha condición, que incluyen hipersensibilidad, desarrollo asíncrono, introversión, perfeccionismo o exclusión social. Por otro lado, las derivadas de su condición de mujer, pues los estereotipos de género y las expectativas de género les empujan, entre otras cosas, a desear no destacar demasiado. En este sentido, escribe Chérrez, “es comprensible entonces que a muchas niñas y adolescentes se les presente el talento y la feminidad como opuestos, incompatibles el uno con el otro, de manera que en muchos las mujeres deciden pasar desapercibidas” para ser aceptadas
Falta de referentes femeninos
Además, no ayuda el hecho de que la inmensa mayoría de los casos de éxito representados en la literatura, en la historia o en el arte sean hombres y no mujeres. A las niñas con altas capacidades, con un potencial bestial para desarrollarse cognitivamente y aportar al mundo, les faltan referentes de calidad. No porque no existan. Eso es obvio. Simplemente no han sido incluidas como merecen. Tienes a Marie Curie en química, a Rosalía de Castro en literatura y poco más. El resto del protagonismo de los libros de texto escolares se lo llevan los varones. Puede que no parezca trascendental, pero lo es, porque estas niñas crecen creyendo que no son tan extraordinarias como realmente son.
Pero hay algo más: esta condición requiere en muchas ocasiones acompañamiento para no generar problemas sociales y emocionales en quienes la presentan. Y en el caso de las mujeres, nuevamente, los riesgos son mayores. En palabras de Chérrez, “podemos advertir un riesgo psicológico grave denominado el síndrome de la abeja reina, caracterizado por un exacerbado perfeccionismo y una autoexigencia que conduce a un camino imposible”. Se frustran por no poder llegar a cotas de excelencia utópicas y, al mismo tiempo, sufren en silencio la culpa por no dedicar tiempo suficiente a la familia o a la belleza. Es hora de trabajar como sociedad para que no estén solas ni en la sombra.