El origen biológico de tu amor a la comida basura

Unos genes preparados para la escasez en un mundo de sobreabundancia

Es una condena muy cruel: la comida más rica del mundo, la que más le apetece a tu cerebro, la que más te cuesta dejar pasar, la que hace que tus ojitos brillen con ansia, es precisamente la menos saludable. Es como si la naturaleza jugara con tus ilusiones. Como si disfrutara haciendo que sufras. Como si quisiera ponerte una prueba titánica delante de ti todos los días del año. Aunque obviamente no es así. En realidad, afirma el bioquímico e investigador en nutrición y obesidad Hamid Zand, la razón de que las grasas y los azúcares activen de una manera tan brutal y descarada los circuitos de recompensa de tu cerebro es tu propia supervivencia. Los sapiens hemos llegado hasta aquí gracias a ello.

Piénsalo. Cada gramo de grasa proporciona al organismo nueve kilocalorías, más del doble de lo que proporcionan las proteínas y los hidratos de carbono. Y teniendo en cuenta que, muchos miles de años atrás, cuando tus antepasadxs caminaban libremente por los bosques y praderas del mundo, no morir dependía de consumir las suficientes calorías, tiene sentido que la evolución haya favorecido mecanismos que llevan a la humanidad a desear particularmente las grasas. Esas ganas hacían que aquellxs humanxs hicieran toda clase de artimañas y corrieran toda clase de riesgos para conseguir los alimentos ricos en grasas. Unos alimentos que no eran precisamente abundantes ni accesibles.

Y con los alimentos azucarados pasa algo similar. Si bien proporcionan solo cuatro kilocalorías por gramo, los azúcares son transformados en energía más rápidamente que cualquier otro nutriente, lo que en tiempos prehistóricos suponía disponer de una mayor vitalidad inmediata para afrontar los desafíos de supervivencia que se presentaran. El principal problema para ti, escribe el propio Zand, “es que tenemos los mismos genes que nuestros antepasados” pero una realidad nutricional muy diferente: los alimentos grasos y azucarados ya no escasean, sino que están disponibles 24 horas en todos los rincones del mundo desarrollado. Y tu cerebro los sigue anhelando con fervor.

Por eso te resulta tan sencillo caer en la trampa. Camino del metro ves un puestecito con donuts. En el menú del restaurante en el que comes hay hamburguesa de segundo. Y cuando llega el viernes abres la aplicación de comida a domicilio de turno y tienes pizzas a mansalva. Tantos desafíos que al final terminas cayendo en alguno. Aunque no deberías. En palabras de este experto, “consumir alimentos ricos en grasas y en azúcares lleva a hábitos dietéticos nocivos como los antojos y el deseo de comer más una y otra vez”. No puedes cambiar tus genes. Lo que sí puedes hacer es practicar un estoicismo nutricional que evite el pecado inicial. Así será más fácil resistirse la próxima vez.