Por todos los besos que fueron abuso sexual

Todos los silencios en los que no pudimos hablar, todos los espacios de los que no pudimos salir y todos los instantes en los que no sabíamos qué estaba pasando

Freddy lleva unas trenzas pegadas al cráneo. Tiene un polo de rayas muy ancho que va a juego con unos vaqueros con bolsillos a los costados que caen hasta la altura de sus pantorrillas. También son anchos. Lo veo cuando salgo por la puerta de la casa de mi padre. Es el vecino. Pienso que no es mucho mayor que yo. Ahora mismo tengo 15 años y quiero enamorarme como en las películas o en los libros. Quiero enamorarme como Rory en Las Chicas Gilmore, quiero ser la protagonista de alguna de las páginas de Crepúsculo.

Miro a Freddy y siento que le he elegido para que sea esa otra parte de un núcleo que entiendo que tiene dos partes. Hago todo lo posible para que sepa que existo. Él me mira. Tiene una sonrisa muy ancha, enorme, los dientes relucen rectos, blancos, rectos, blancos, los veo y pienso esos dientes no muerden, no muerden, no muerden. Me da calma. Cuando se acerca a mí visualizo una pulsera de bolitas con los colores de Jamaica que reposa sobre su muñeca dorada. El vello de sus brazos, ahora rubio por el verano, me agrada, siento que es pacífico. Es más alto que yo. Me recuerdo mirando hacia arriba improvisando algunas palabras que demuestran perfectamente que no tengo el control de la situación. Intercambiamos nuestros teléfonos y empezamos a mandarnos mensajes. 

Camino con ilusión con el móvil en la mano durante días, me brillan los ojos, lo sé porque también siento el brillo en la boca del estómago, esas ganas con forma de certeza de que voy a enamorarme. Va a pasar. Va a ocurrir. Vamos a tomar un helado, me dice, vamos a tomar un helado por el pueblo, me escribe en un mensaje. Sonrío y mi boca no es ancha pero sonrío grande, amplio, airoso. Me preparo, elijo el mejor de los vestidos, llevo el pelo al natural: sin planchar, sin coletas, con mis rizos que retumban con la brisa del verano.

Él huele a suavizante aroma talco. Lleva en el hombro una sudadera por si hace frío y, como camino muy pegada a él, el olor choca constantemente con mi sentido del olfato. No olvidaré ese olor hasta muchos años después. Me coge de la mano. Mi mano diminuta y fina está completamente cubierta por la suya, ancha. Noto que tiene unos callos en el interior de la palma que, con el paso del tiempo, se volverán de mi agrado. Ahora mismo me son indiferentes. Observo que no nos paramos en la heladería y en este pueblo solo hay una heladería y es esta en la que no nos hemos detenido. A dónde vamos, le digo, antes quiero enseñarte mi lugar favorito, es el lugar al que voy cuando quiero estar solo, nadie lo conoce, me responde. Sé que mis ojos inocentes se iluminan. Observo ahora ese recuerdo y no siento rabia pero me veo tan pequeña, tan inútil, tan abismo que me ha costado reconstruir los pasos siguientes porque siempre me quedo en esa imagen de mí misma tan desastre. Cuando me lo dice, de verdad que me lo creo, me lo creo, me lo estoy creyendo a bocaditos, todo entero, va a compartir su secreto conmigo y me lo creo y siento que soy esa chica y siento que me ha elegido, que estoy de su lado, me lo creo sin parar. 

Hay unas rocas. El mar ancho interminable se ve desde ese lugar. El suelo está cubierto de arena en forma de polvo muy fino, las rocas también están manchadas de él. Nos sentamos muy cerca. Pienso ahora vamos a hablar, vamos a conocernos, le contaré mis sueños, mis deseos, va a escucharme. Me pone la mano sobre el muslo descubierto. Sonrío medianamente, muy poquito. Aprieta su mano. Mi muslo delgado está ahora mismo atrapado con su mano. No sé qué pasa. Lo miro porque sé que me está mirando, cuando choco con sus ojos observo que no me están pidiendo permiso. No sé qué pasa. Abre y cierra su mano constantemente. Mi piel apretada, mi piel suelta, apretada, suelta, apretada, suelta. Atrapada. Noto cómo sube su mano. Bajo la cabeza, miro la mano, su pulsera con los colores de Jamaica se pierde bajo la tela de mi vestido. No sé qué pasa, por qué pasa esto, por qué, ¿y el helado? ¿Y la charla? ¿Y mis sueños?

Todo ocurre deprisa. Así es como vive en mi recuerdo. Muy deprisa. Estoy tumbada sobre estas rocas que me pinchan la espalda, me rasguñan. Sus dedos están dentro de mi cuerpo y me besa con rabia, con mucha lengua, muy rápido, es un intruso, su cara contra mi cara, sus dientes contra mi cara, los callos de sus manos en todas partes, me pasa la lengua por el cuello y es terrible, por las orejas y es terrible, me agarra el pelo, no entiendo nada. Estoy ahí quieta, intento responder pero no sé cómo tengo que hacerlo. No sé si quiero irme. No sé si quiero responder. No sé qué pasa. No sé qué hacer. No tengo miedo. No sé si estos son los pasos a seguir para enamorarse. Con 15 años no podía saberlo.

Se quita de encima, se sienta, se saca la polla, se masturba. Ni sus ojos, ni su vello rubio por el verano, ni su olor a suavizante aroma talco, ni su pulsera, ni sus trenzas pegadas al cráneo, ni sus dientes blancos y rectos, nada de eso me da calma ya. No estoy asustada pero ya sé que no quiero seguir ahí. No recuerdo cómo vuelvo a casa, ni cuándo, ni en qué estado. Me pregunto por qué en los libros no pasa esto, me pregunto por qué en las series no pasa esto, me pregunto por qué elegí a Freddy, por qué me lo crucé, por qué me lo creí, por qué pensé en el helado, por qué pensé en la charla y por qué pasé tanto tiempo bloqueando este recuerdo de mi mente y por qué siempre lo siento tan precipicio, con tanto vértigo.

Lo malo casi siempre ocurre más de dos veces. Por eso también me pasó con Daniel, con Johann y con Andrés. Y por eso también nos pasó con este, con aquel, con el otro, con el vecino, con el primo, con el abuelo y con el padre. Y ahora qué. Y ahora qué hacemos con esta huella, qué hacemos con esta marca, qué más podemos hacer que contarlo, que escribirlo, que cerrarlo, qué otras cosas podemos hacer para sanar nuestros cuerpos insultados, aprovechados. Y dime, ¿cómo le decimos a todas esas chicas de 15 años que eso así, de esa manera, no es amor?