Travestir o feminizar a los dictadores no es progre, es homófobo

Si crees que la única forma posible de reírte de alguien es vestirlo de mujer, háztelo mirar

Rímel, pintalabios, sombra de ojos, pezoneras y un tocado rosa. Este es el look con el que han vestido a Francisco Franco en el cartel de los carnavales del barrio barcelonés de Nou Barris. No son los únicos que han decidido apostar por la imagen del dictador, en Alicante le han puesto unos pendientes al más estilo diva folklórica. Como era de esperar, esto ha levantado ampollas entre la ultraderecha y los franquistas, que han corrido a criticarlo y a acusar a Ada Colau de estar detrás de este “ataque al generalísimo” puro fake news, ya que la elección del diseño lo eligen las entidades del barrio, no el Ayuntamiento.

Pero aunque parezca que el cartel pueda parecer una reivindicación progre y antifascista, tiene un problema: es homófobo. Obviamente, lo reprochable de este cartel no es que se meta con Franco. El dictador murió antes de responder por sus crímenes, y con la larga lista de asesinatos y desapariciones que tiene a la espalda es plenamente comprensible que la ciudadanía en una democracia sana no quiera honrar su memoria sino más bien lo contrario. El problema es cómo se hace esta crítica, qué elementos se utilizan para realizar esta ridiculización del dictador.

Utilizar la feminización y el travestismo para reírse de alguien envía un mensaje: ser queer, femenino o gay es algo de lo que sentirse avergonzado. Si tú te identificas como hombre femenino o travestí, estás viendo con este cartel que, cuando quieren burlarse de alguien, lo visten como tú, lo ponen a hacer las cosas que tú haces. Disfrazando a Franco, una persona profundamente homófoba, con una estética queer para ridiculizarlo estás dándole fuerza al discurso homófobo: esto que tanto teme Franco, en que lo conviertes, es algo reprochable que despierta risa, es una identidad ridícula.

Pasó lo mismo en julio del año pasado con un mural en Lituania en el que aparecían Putin y Trump besándose. El futbolista trans Lee Hurley escribía respecto a este tema: “Ser gais es su mayor terror, así que es divertido fingir que lo son. No puede ser homofobia porque los que han hecho el chiste son aliados LGTBI de izquierdas. ¿No? Trump y Putin, como muchos otros, temen ser homosexuales, pero cada vez que haces broma sobre ello, refuerzas la validez de este miedo, no solo para ellos, sino para el resto de la sociedad. Sí, estás diciendo que ser gay es algo de lo que avergonzarse. Si no lo fuera, ¿por qué lo usarías como motivo para hacer un chiste?”.

La situación con el cartel de Franco es la misma. Ver personas heterosexuales y cisgénero de izquierda intentando hacer burla de dirigentes de derechas a través de chistes sobre homosexuales o transexuales es igual de rancio que unas declaraciones abiertamente homófobas. Al final, estás alimentando la misma idea: que ser LGTBI es una anomalía y que te puedes burlar de ello.

Las personas —aparentemente— progresistas, no deberían alimentar este humor. Están enseñando que es válido reírse de las personas queer si no les gustan sus ideales políticos. Y no, no puedes reírte del género u orientación nunca, aunque odies a la persona y lo que representa. Y menos aún, creer que ridiculizarla es vestirla del sexo contrario. Porque muchísimas personas LGTBI son acosadas, asesinadas y sometidas a violencia diaria precisamente por ese mismo motivo. Socialmente se cree que vestirse con ropa que tradicionalmente no pertenece a tu género es una excusa válida para discriminar y echarse unas risas, y este cartel lo está reforzando.