La 'Rosalía sorda' versionó 'Bagdad' para demostrar que la música no solo se oye

¿Cómo sienten los sordos la música? ¿Cómo bailan? El lenguaje de signos entra al mundo de la música para acercarla al 5% de la población con discapacidad auditiva

Te pones los cascos, sientes la música, subes el volumen al máximo cuando suena el estribillo y cantas a pleno pulmón: "junta las manos y las separa, junta las manos y las separa". Es un placer que todos hemos vivido en el último año. ¿Todos? ¿Y si, al ponerte los cascos no llegaras a oír nada? ¿O si solo oyeras unos ruidos indescifrables? Hay millones de personas que han quedado al margen del huracán Rosalía y no, precisamente, porque quieran o no tengan interés por el pop nacional. Sempere A Secas es una artista con discapacidad auditiva, "la Rosalía sorda", y con su interpretación de Bagdad en lenguaje de signos, esta mujer de Jerez de la Frontera nos recuerda a todos que la música no solo te entra por los oídos. ¿Cómo sienten los sordos la música? ¿Cómo la bailan?

“¿Sabías que hay cantantes sordos? Emplean la lengua de signos”, explica Raquel Sempere, una de las pocas artistas en lenguaje de signos en España. Para ella, se trata de un idioma más, como cualquier otro: "Todos escuchamos canciones en muchos idiomas, ¿por qué no en lengua de signos?”, reflexiona. Sempere reinterpreta temas famosos para que las personas con discapacidad también puedan disfrutarlas.

Aquellos a quienes les haya explotado la cabeza con el término “cantante sordo” tendrán aquí una lección de realidad. No hay una sola respuesta ante la pregunta de cómo oyen la música, de naturaleza eminentemente sonora. Cada caso es un mundo. Sempere, por ejemplo, no capta la vocalización de las letras, sino que “se mezcla con los instrumentos musicales y eso mi oído lo percibe como si fuera ruido”. Siente vibraciones y timbres que le hacen tener sensaciones emocionales. “Si me transmite buenas vibraciones, ahí es donde sé que una canción me gusta. Algo que es tan sencillo como complejo”.

‘Bagdad’ para todos

En su último vídeo, Sempere reinterpreta Bagdad, el exitoso sencillo de El mal querer. Mezcla lenguaje de signos con planos recurso, juegos de vestuario, cámara y escenografía. Eligió la canción, sobre todo, por su letra. “Me gusta mucho cómo expresa la soledad”. En un momento, la letra dice “la miraban sin ver nada”, una frase con la que se siente representada: “intento también expresar mi lugar dentro del mundo musical, un lugar invisible y sordo, en el que me siguen dando la espalda. Todavía no hemos dado ese paso en el mundo artístico por una igualdad e inclusión artística real”.

El vídeo también refleja esa profundidad. “Quería jugar con diversos recursos visuales para enseñar que la diversidad funcional dentro de la música no tiene por qué ser aburrida y simplista”, asegura. Y lo consigue con una diversidad de planos y enfoques similar a la de cualquier videoclip convencional.

Pero el trabajo de Sempere no siempre es valorado, y surgen preguntas como si es realmente útil usar lengua de signos cuando se pueden poner subtítulos fácilmente. La respuesta es sí, es necesario por dos motivos. Primero, “los subtítulos nunca son suficientes, hay personas con discapacidad auditiva, que entienden sólo la lengua de signos y no la lengua española”. Segundo, porque  hace más accesible el componente artístico de la música. Los sordos, frente a su vídeo, no solo leen subtítulos, sino que experimentan un placer paralelo al de los oyentes a través de un lenguaje de signos artísticamente coreografiado.

“Con mi música solo busco que las personas con discapacidad auditiva tengan la misma libertad y derechos para poder disfrutar de la música y el arte”, añade Sempere. Intenta adaptar la belleza de la música para aquellos que no pueden oírla en su plenitud, usando las manos y los subtítulos y, así, “crear más inclusión en el arte”, para que nadie sea privado de esta experiencia.

Dar visibilidad en un mundo que ignora la diferencia

Precisamente, esta es la rama activista de Sempere. Porque su música no solo nace como propuesta artística para personas ignoradas en el mainstream, también tiene un importante factor de cambio social para dar visibilidad al 5% de la población mundial que tiene problemas de audición. Quiere popularizar la música en lengua de signos, olvidada en nuestro país: “España es muy retrógrada en cuanto al respeto e inclusión artística desde el punto de vista de la diversidad funcional. La única cantante actual que conozco que lleva una intérprete de lengua de signos es Rozalén. No conozco a nadie más”, denuncia.

“A la industria musical no le interesa la diversidad e inclusión artística. Es un negocio, no creen que eso sea rentable, y entonces no apuestan por ello”, lamenta Sempere. Asegura que le han cerrado las puertas de discográficas muchísimas veces bajo comentarios como que “no somos una ONG”, negando que ella ofrezca un producto artístico que sea consumible por todos los públicos, también por personas sin discapacidad —“de hecho, gran parte de mis seguidores lo son, embelesados con esta lengua que ofrece tanto de manera artística y emocional”—.

Poco a poco, Sempere se ha ido convirtiendo en la voz de quienes viven constantemente despreciadas por su condición. Se define como un referente para aquellos que no son representados y que no encuentran a nadie famoso que se les parezca. Su lucha pasa por demostrar que, en una sociedad “que no está educada en la empatía, igualdad y respeto”, pocos se toman la molestia de entender un arte que se tiene que apreciar con sentidos diferentes.

Un mundo hecho para “los normales”

Nuestra sociedad está hecha a molde de una persona y no incluye la diversidad. Existe el ideal de lo “normal” y el resto de personas se tienen que amoldar a ello. No solo pasa en la música, es algo común en todos los estratos sociales. “Llevo muchos años sin ir al cine porque en mi ciudad no hay sesiones de películas adaptadas con subtítulos para personas con discapacidad auditiva. Y claro, sueño con ir al cine y disfrutar felizmente”, añade Sempere.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Son muchas luchas, con cuestiones muy básicas del día a día, y “se hace cuesta arriba vivir luchando”, asegura. “Lo poco que logramos es insuficiente para dignificar nuestra discapacidad y el derecho de ser iguales ante los demás. Si me preguntas que si mi vida es igual que la tuya en cuanto a condiciones y accesibilidad te voy a responder que no rotundamente”, admite entristecida, pero con la determinación de que, por eso mismo, su música es tan necesaria.