Las mujeres afganas que pueden recibir una paliza por dar su nombre al médico

La campaña #WhereIsMyName deafía la lógica del país que impone que "la mejor mujer es la invisible"

Asal, una mujer del oeste de Afganistán, fue al médico porque tenía una fiebre alta. “Había contraído covid-19”, explica a la BBC. El doctor le recetó unas medicinas para bajar la fiebre y el dolor general y, como es su marido quien maneja el dinero, le entregó el papel del médico para que fuese a la farmacia. ¿La respuesta? Se enfadó tanto que la bofeteó. “¿Por qué has dado tu nombre a un hombre desconocido?”, le increpó, acusándola de no haber mantenido su nombre en secreto.

El caso de Asal es, desgraciadamente, muy común en Herat, la región oeste de Afganistán. Para acabar con esta discriminación sistémica, feministas del país se han rebelado con la campaña #WhereIsMyName, que reivindica en carteles, redes sociales y acciones callejeras que las mujeres puedan usar su nombre y las reconozca como individuos con derechos e independientes. La activista Laleh Osmany es la que empezó esta campaña hace tres años, y rápidamente ha conseguido muchos apoyos de mujeres que todo el país que han logrado llevar el debate hasta el congreso afgano. Incluso hay diputadas, como Maryam Sama, que en los últimos meses han promovido propuestas de ley específicas como, por ejemplo, que sea obligatorio incluir el nombre de la mujer en los certificados oficiales surgidas a través de los debates feministas dentro de la campaña.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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A la campaña se han sumado, además de activistas y políticos, los famosos del país. Es el caso de Farhad Darya, un cantante y compositor, que cree que "cuando los hombres niegan las identidades de las mujeres, con el tiempo las mujeres mismas comienzan a censurar su propia identidad". Y tiene razón. Lo ha comprobado la BBC, con diversas entrevistas a mujeres que defienden esta ideología patriarcal: "cuando alguien me pide que les diga mi nombre, pienso en el honor de mi hermano, de mi padre y de mi prometido, así que me niego a decirlo. ¿Por qué debería enfadar a mi familia? ¿Cuál es el punto de mencionar mi nombre? Quiero que me llamen la hija de mi padre, la hermana de mi hermano. Y en el futuro, quiero que me llamen la esposa de mi esposo, luego la madre de mi hijo", explica una mujer anónima de Herat a la cadena pública británica.

Cientos de mujeres, como ellas, viven en un impuesto e interiorizado anonimato. Su sociedad, extremadamente patriarcal, solo valora a la mujer como “hija de”, “mujer de” o “madre de”, por lo que su identidad en concreto, su nombre solo deben saberla sus familiares más cercanos. Si se lo dice al resto, según esta lógica patriarcal, está quitándole importancia a su rol de mujer y madre y se lo está dando a ella como persona, algo que fuera de estas regiones, incluso dentro del propio Afganistán, es un derecho humano, pero para ellos es un ataque al orden social.

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“La razón principal para negarles a las mujeres su identidad es la sociedad patriarcal, en la cual el 'honor' masculino no solo obliga a las mujeres a mantener sus cuerpos ocultos, sino también a ocultar sus nombres. En la sociedad afgana, las mejores mujeres son las que no se ven ni se escuchan. Los hombres más duros y difíciles son los hombres más respetados y honorables de la sociedad. Si las mujeres miembros de su familia son liberales, se las considera promiscuas y deshonrosas”, resume el sociólogo afgano Ali Kaveh a la BBC.

El anonimato de estas mujeres empieza al nacer. Hasta que no pasan unos años, las niñas no reciben un nombre. Luego, este nombre no lo sabrá casi nadie: incluso cuando se casa, su nombre no aparece en la invitación, sino el del marido y las familias. Tampoco pueden decírselo al médico ni ponerlo en su certificado de defunción o en su lápida, por eso hay tantas mujeres anónimas que, en cuanto dejan de ser “mujer o hija de”, están condenadas a ser olvidadas y desaparecer.

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