Islandia renuncia a cazar ballenas porque ha dejado de ser rentable

Las dos principales compañías balleneras de Islandia han anunciado que sus flotas se mantendrán en puerto este verano

En un mundo regido por las leyes de la oferta y la demanda, la forma más efectiva de acabar con una actividad es que deje de ser rentable. De poco valen las campañas de presión internacional, las protestas o la concienciación masiva: el lucro es lo único que determina que las empresas o particulares se pasen la ética por el forro y jueguen peligrosos juegos de equilibrio con la legalidad. Es triste pero real y el ejemplo más claro es el de la caza de ballenas. Denunciada desde hace décadas por activistas de medio mundo, la Comisión Ballenera Internacional CBI se creó para acabar con la caza de los mayores mamíferos de la tierra antes de 1986, la actividad continuaba siendo un negocio rentable para países como Japón, Islandia y Noruega.

Basándose en la tradición y con la intención de ofrecer la exótica carne a sus turistas, los buques de estos países seguían surcando los océanos con sus arpones en busca de las ballenas minke y de aleta, las especies más codiciadas por su carne. Solamente Islandia, quien paradójicamente forma parte de la CBI, ha cazado más de 1.700 ballenas en las últimas décadas. Sin embargo, la lógica aplastante de la economía de mercado ha obrado el milagro que las ONGs llevan años persiguiendo sin éxito: por segundo verano consecutivo las dos compañías balleneras de Islandia renuncian a la caza de ballenas y una de ellas puede que de forma permanente. “Nunca más voy a cazar ballenas, lo dejo para siempre”, dijo el director de IP-Utgerd, Gunnar Bergmann Jonsson.

De igual manera, su competidor y director de la compañía Hvalur, Kristján Loftsson, anunció al diario islandés Morgunbladid que este verano sus barcos se quedarán en el puerto. El motivo de la histórica decisión es que las últimas regulaciones del gobierno de Islandia ampliando el espacio de dos santuarios de ballenas en las costas del país ha provocado que los balleneros tengan que alejarse mucho más de la isla y el negocio deje de ser rentable. Es por ello que lejos de ser una decisión fruto de una revisión de sus valores, se trata de una medida pragmática y casi a modo de protesta de los balleneros islandeses que consideran que los políticos de su país no están haciendo el suficiente esfuerzo para mantener una industria que dio de comer al país en los momentos más duros de su historia. 

Por su parte, Japón el país que más ballenas ha cazado tradicionalmente y que no ha dudado en subvencionar a los balleneros de su país en los años que decidió parar la caza, sorprendió a la comunidad internacional al abandonar el año pasado la CBI para reanudar la caza a pesar de que el consumo interno de carne de ballena en el país nipón no para de descender. Es por ello que pese a su intención de continuar el negocio, la caída de importaciones de carne islandesa podría producir que los consumidores japoneses dejen por completo el producto de una carne ya de por sí demasiado cara para la mayoría. En cualquier caso, aunque la actividad continuará de manos de noruegos y japoneses este verano, la no actividad de Islandia y la renuncia definitiva de uno de sus grandes compañías balleneras es un gran logro que vale la pena celebrar. 

Por lo demás todo parece apuntar que la propia dinámica capitalista que amenazó a las ballenas durante décadas, será la misma que provoque que los gigantes de los océanos pasan de ser un simple producto de consumo alimenticio a convertirse en una atracción de lo más interesante para el turismo ecológico mundial. La misma lógica que pudo exterminarlas podría ser ahora la que termine por salvarlas. Ojalá hubieran sido los motivos éticos y de preservación los que hubieran acabado con esta industria, pero al menos miles de ballenas podrán estar tranquilas este verano. 

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