El infierno de los niños sicarios que trabajan para los cárteles de la droga en México

Solamente en México uno de los 460.000 menores forman parte del crimen organizado

El día en que Miguel se unió al cártel se sintió poderoso. Tenía 17 años y por primera vez tenía a su lado a los que mataban, vendían drogas y gobernaban en el norte del Estado de México. Pero su sensación de poder era una ilusión, un espejismo que ocultaba su pánico atroz a las actividades de los narcos a los que ahora debía obediencia ciega. “Vi por primera vez como torturaban a alguien, le cortaban la lengua, los dedos, las orejas y después se empezaban a carcajear. Puta madre, obviamente me dio miedo”, relata el joven en un crudo reportaje sobre los sicarios adolescentes publicado en El País. 

En base a los datos gubernamentales, se calcula que Miguel es solamente uno de los 460.000 menores que forman parte del crimen organizado en México. "Estamos hablando de que cada año hay un secuestro de decenas de miles de niños y adolescentes a manos del narcotráfico”, explica al diario la presidenta del Centro Tepoztlán Víctor L. Urquidi, Clara Jusidman. Un dato alarmante pero que deja de sorprender si se piensa que 52 millones de mexicanos viven en la pobreza y que la media de edad del país es de tan solo 28 años. Un panorama explosivo que alimenta el negocio del narcotráfico que, envuelto en una guerra sucia con el Estado, se ha cobrado la vida de 278.899 personas. 

Un clima de violencia cada vez más normalizado por el uso y abuso de las redes sociales. Las publicaciones de Instagram y Whatsapp en las que las ejecuciones, las balaceras y demás atrocidades son algo tristemente común entre los jóvenes del país. “Somos una sociedad cada vez más sedienta de un espectáculo incrementalmente violento y eso tiene un efecto en los crímenes que vemos", señala a la publicación la psicóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM, Anel Gómez. “Estamos de lleno en una etapa de desensibilización: ya no nos provoca nada, a veces, incluso, nos entretiene”, agrega su colega investigador Rogelio Flores. 

Dentro de esta violencia estructural, en la que la aparencia de dureza y la crueldad que uno es capaz de ejercer determina en cierta manera el estatus dentro de los clanes mafiosos, conceptos como la masculinidad tóxica son exprimidos hasta las últimas consecuencias. “Se explota una figura del macho dominante, si lloras, si dudas, si te da miedo, 'no eres lo suficientemente hombre", afirma Saskia Niño de Rivera, directora de la organización Reinserta. "Todo comenzó como un juego, éramos niños jugando a ser sicarios”, explica Kevin, otro de los jóvenes del reportaje que a los 16 años participaba en una banda en la ciudad de Nezahualcóyotl.

En la banda de Kevin el mayor de los apenas diez miembros no sumaba más de 25 años y el menor, el más sanguinario, nueve. “La idea era meter terror a nuestros rivales”, reconoce. La imagen de un niño practicando las más horribles torturas y ejecuciones pone los pelos de punta. Cuanto más jóvenes más inconscientes y menos miedo a las consecuencias. Un juego que, la mayoría de las veces, acaba por irse de las manos. El destino de la mayoría de ellos será el mismo que encontró hace tan solo un mes Juanito Pistolas, un sicario de 16 años abatido en Tamaulipas, uno de los estados más peligrosos del país. 

Desde que el narcotráfico tomó cuenta de buena parte del país, hace ahora 13 años, 95.000 jóvenes murieron víctimas de la misma violencia que ejercían sin miramientos ni alternativas. Lo que diferenció Kevin y Miguel de acabar como Juanito Pistolas no fue un golpe de suerte sino caer en manos de la policía aunque, según se mire, la cárcel podría ser el mejor de los destinos para algunos de ellos. "Me salvó la vida que me encerraran, quizás hubiera terminado en un ataúd, como otros”, reconoce el primero de ellos. El problema, como siempre, llegará el día en que abandonen la relativa seguridad tras los barrotes y tengan que volver a pisar unas calles en las que matar y ser cruel es sinónimo de sobrevivir.