Aunque le pese a Trump y a su discurso negacionista, los extremos metereológicos que estamos viviendo no ocurren por azar. Un negacionista científico publicado la semana pasada en la revista Nature ha vinculado el aumento de la temperatura en el Ártico en las últimas tres décadas con los inviernos inusualmente gélidos que estamos viviendo estos últimos años. Lo intuíamos. Ahora lo sabemos. Y la NASA ha querido documentar en un vídeo el deshielo del Ártico para elevar la alarma sobre un calentamiento global que acabará por pasarnos factura a todos.
Las razones son evidentes: el mes pasado la extensión de hielo marino en el Ártico alcanzó su mínimo histórico desde que los satélites monitorean la zona. A diferencia del polo que encontraron los primeros científicos cuando lo descubrieron en 1978, un paraíso blanco y consistente, el polo de las últimas décadas pierde solidez. Poco queda de aquellas grandes extensiones de hielo viejo alrededor de las cuales se movía el resto de hielo. No hace frío suficiente para que perduren. El Ártico sobrevive como caricatura de lo que fue un día.
Las consecuencias de este trágico fenómeno son terribles. Lo que ocurre ahí, en silencio, sin testigos, repercute poco después en todo el planeta. Un ejemplo reciente lo encontramos en la 'bestia del este', esa durísima ola de frío que sufrimos hace poco fruto de un calentamiento inusual del vórtice polar Ártico. Y eso es solo el principio. Si el Ártico se quedase sin hielo, como parece que ocurrirá, se liberarían bestia del este, lo que incrementaría mucho la temperatura del planeta. También aumentarían las inundaciones y las supertormentas.
Un futuro mucho más duro que nos habríamos ganado a pulso. Quizá todavía estemos a tiempo de pararlo. Pero debemos empezar ya. El Ártico no aguantará mucho más tiempo.