Eso de la creatividad a lo salvaje y con total libertad suena genial. Vomitar todo lo que nos pasa por la cabeza sin control y que acabes dando con la solución perfecta. Pero en realidad, el brainstorming no es tan bonito como parece, tiene sus fallos. Pero por suerte, existe una alternativa más precisa que hará que, por fin, encuentres las ideas más brillantes.
Del dicho al hecho

Fue en un escenario parecido al de Mad Men donde surgió esta técnica creativa. Una especie de Don Draper la ideó. Se llamaba Alexander Faickney Osborn y trabajaba para la agencia de publicidad Barton & Durstine en Nueva York. Lo petó tanto con lo del brainstorming que aún hoy, más de 60 años después, sigue utilizándose muchísimo. Pero ya se sabe que del dicho al hecho hay un inmenso trecho y su idea era idílica, pero al ponerla en práctica surgen los problemas.
Según Osborn, el brainstorming tenía que dividirse en dos sesiones. En la primera se hacía la lluvia de ideas y en la segunda se valoraban y se utilizaban. En la primera sesión había que eliminar toda crítica y dejar que las ideas brotaran libremente, sin evaluarlas, eso vendría en la siguiente sesión. Además, había que intentar deshacerse de barreras mentales y lanzar lo que se nos pasara por la cabeza salvajemente, aunque pudiera parecer imposible o disparatado. Sólo así se conseguía alejarse de las obviedades y no repetir ‘lo de siempre’ o quedarse en lo fácil.
Los fallos
Pero falta tener en cuenta los caracteres de las personas y la jerarquía si se hace en el trabajo. Hay gente tímida a la que le cuesta expresar sus ideas en público, aunque puedan ser buenísimas. Algo similar a lo que sucede si está el jefe presente y tú eres un mindundi. Y ahí pincha el brainstorming, porque ya no lo practican todos los que están en la reunión. También está el caso opuesto, en el que algunos pocos acaparan la sesión y no dejan que el resto abra la boca.
Además, suele suceder que lo que se dice al principio tiene más peso, porque si sale algo bueno, se sigue por ese camino y se eliminan otras posibilidades que igual serían mejores. Como si en realidad el brainstorming más puro terminara al principio de la sesión y la evaluación y consideración de las primeras buenas ideas condicionaran el resto.
Soluciones
Hay una alternativa para conseguir que la creatividad fluya realmente en grupo. Se llama brainwriting y son los profesores Leigh Thompson y Loran Nordgren de la Kellogg School los que la han estudiado más a fondo y han demostrado que es más efectiva que el brainstorming.
Básicamente, es como el brainstorming pero por escrito. Puede parecer muy tonto de primeras, pero bien hecho tiene mucha miga. Consiste en lo siguiente, cada uno coge un papel y apunta sus ideas dentro de un tiempo límite. Luego se dejan los papeles en el medio de la mesa, se remueven y cada participante coge otro. La finalidad de esto es inspirarse con las ideas que ha escrito otra persona y hacer, a partir de ellas, nuevas propuestas.
Los papeles no tienen nombre, así es más fácil para las personas con inseguridades o tímidas dejar fluir libremente su imaginación. Después de analizar las ideas del otro para uno, se leen todas en voz alta y se debate sobre para conseguir dar con la solución final. Así se resuelven los fallos del brainstorming y se halla, sin coacciones, la mejor solución posible.
Como decía Osborn, “no sólo en los negocios, en todas las áreas, la cualidad de liderazgo depende del poder creativo”.
Crédito de la imagen: Toan Nguyen