'Varoufucker' Es El Rockstar De La Política, Y Lo Sabes

Pocas veces cinco meses han dado para tanto. Yanis Varoufakis Atenas, 1961 fue nombrado ministro de Finanzas griego a finales de enero de 2015. El 6 de julio ya había dimitido. Pero le sobró tiempo para marcar músculo por todas las capitales europe

Pocas veces cinco meses han dado para tanto. Yanis Varoufakis Atenas, 1961 fue nombrado ministro de Finanzas griego a finales de enero de 2015. El 6 de julio ya había dimitido. Pero le sobró tiempo para marcar músculo por todas las capitales europeas, partir al continente entre admiradores y detractores y sacar de quicio a la ortodoxia germana. Porque, caiga quien caiga, Varoufakis se quiere y no lo disimula. Porque él lo vale. Y al que no le guste, que no mire.

Lo cierto es que, además de chulo, el chaval salió testarudo. Aun siendo un crío, cuando cursaba primaria en una de las escuelas privadas de élite en Atenas, se cabreó tanto porque su profesora le había echado la bronca por escribir su nombre, Yanis, solo con una “n” que decidió que nunca volvería a escribirlo con dos. Y hasta hoy, oye.

El niño, muy aplicado, quería estudiar física pero se dio cuenta de que la lengua franca de la política era la economía, así que cambió de rama. Pero se aburrió y volvió a cambiar. Se pasó a matemáticas. Y luego, ya sí, se doctoró en Economía. Lo hizo en Inglaterra. Sus padres lo enviaron a estudiar allí porque en Grecia, recién caída la dictadura, había un ambiente un tanto turbulento. Y prefirieron que el chico se fuera a hacer hombre a Gran Bretaña.

Llegó en 1978 y pasó casi una década. Se marchó en 1987. Según ha declarado, lo hizo porque no soportaba vivir más en Inglaterra después de que la conservadora Margaret Thatcher ganara sus terceras elecciones. Antes le dio tiempo a dejar huella. Por ejemplo, fue el presidente de la asociación de estudiantes negros. Sí, negros. Porque él lo vale. Dijo que eso de ser negro es un “término político” y que además él había nacido en Grecia, un país cruce de culturas. Así que tenía tanto derecho como cualquier otro a presidir la asociación. Con un par.

Tras cansarse de los británicos se marchó a Australia. Le gustó tanto que hasta tiene la nacionalidad. Dio clase en la universidad de Sidney hasta el 2000 y comenzó a ser una estrella. Tenía hasta un hueco semanal en la televisión para criticar la política australiana. Pero, de nuevo, se cansó. Le pareció que las antípodas se habían vuelto demasiado conservadoras. También, sí. Así que regresó, nostálgico, a Atenas.

Allí fue profesor, aunque no muy bien pagado. Se casó, tuvo una hija y al poco, se divorció. Su exmujer y la cría se mudaron, cosas de la vida, a Sidney mientras él se volvió a casar con una artista griega, Danae Stratou.

Comenzó a acercarse a la política. Asesoró a los socialdemócratas de George Papandreou en la oposición y desde 2005 está próximo a Syriza, la coalición anti austeridad que ahora gobierna Grecia. Él, respetado en la academia, había jurado y perjurado que no dejaría las aulas por la política. Pero cuando Alexis Tsipras le ofreció ser ministro de Finanzas una “responsabilidad moral” le azotó la conciencia. Y dijo sí.

Y desde ahí, pues ya te sonará. Reuniones sin corbata, declaraciones irreverentes, una oposición ferviente al paquete de rescate griego y mucha, mucha, labia. La Yamaha con la que llegaba cada día al ministerio, la chupa de cuero y el torso esculpido a base de gimnasio han hecho que muchos lo apoden Varoufucker. Y él, claro, encantado.

Tanto lo alabaron ―¡qué inglés, vaya doctorado, cuánta labia, esa calva!― que se vino arriba. Llegaba al Eurogrupo, la reunión de ministros de Finanzas de la zona euro, y sermoneaba. O eso han dicho los alemanes. Debía de confundir la reunión con una clase universitaria y espetaba las bondades de condonar la deuda y el absurdo de dar dinero a Grecia para que Grecia se lo dé a los bancos.

Pero Bruselas no es un plató de televisión. Y Varoufa se gustaba, pero a nadie le gustaba Varoufa. Él dice que a los franceses y a los italianos, sí. Pero que están tan acorralados por los alemanes que no se atreven a levantar la voz. Sea como fuere, cuando su jefe Tsipras dio marcha atrás y acordó firmar las condiciones de Bruselas para un nuevo rescate pese a haber respaldado en referéndum un no a esas mismas medidas, Varoukafis dijo que se iba. Dimitió. Y el mito se agrandó.

Una vez dijo que su trabajo soñado sería ser canciller alemán. De momento recorre Europa como la imagen de una alternativa a la austeridad. Ha creado un movimiento que aboga por democratizar las instituciones europeas. Abarrota salones en Berlín, Barcelona o Londres. Lo reclaman en las teles. Se lo rifan las universidades. Vamos, que lo peta. Y le gusta, claro. Vaya si le gusta.