Unos rasgos suaves, armónicos, simétricos. Ojos grandes y profundos, nariz respingona y dientes alineados. Un rostro bonito. Pero, de repente, algo sucede. La belleza se multiplica exponencialmente con un solo movimiento. Leve, delicado. Una media belleza se dibuja en la cara ya de por sí atractiva, pero dos complementos inesperados aparecen en escena redondeando la estampa.
Son los hoyuelos, esos caprichos naturales que marcan la diferencia y que esperan ocultos a desplegar sus armas de seducción, aquellas que personajes como Miranda Kerr o Harry Styles explotan para deleite de todos. Por eso, muchos se han dejado conquistar por el ánimo de jugar con ellos y cada vez más jóvenes, según las estadísticas, buscan lucirlos aunque sea de forma artificial, sometiéndose a una operación de cirugía estética: la 'dimpleplastia'.
El cirujano plástico Darren Smith explica a la revista Allure cuál es el origen de estas simpáticas oquedades faciales: "Los hoyuelos son el resultado de la flexión del músculo facial, por su estrecha conexión con la piel". Por eso, por la fisionomía del rostro, algunos los tienen de forma natural y otros, simplemente, no cuentan con ellos. Pero con la dimpleplastia, un procedimiento de no más de una hora y para el que tan solo es necesaria la anestesia local, se revela hoy como la intervención plástica de moda.
También, el cirujano Wright Jones explica cómo, en los últimos años, las peticiones en su consulta se han triplicado. La mayoría de los pacientes son jóvenes menores de 30, cautivados por la facilidad y rapidez de la intervención y por sus evidentes e inmediatos resultados.
Aunque estos no son definitivos. La 'alteración' facial dura unos dos meses, y suele ir aparejada de hinchazón y dolor durante los primeros días. Tampoco son la panacea: según Jones, "los hoyuelos pueden parecer antinaturales o incluso surgir, finalmente, en el lugar equivocado". Y no se trata de un tratamiento barato. Las tarifas que Jones aplica por estas intervenciones oscilan entre los 800 y los 2.500 dólares –unos 700 y 2.100 euros–, dependiendo del nivel de dificultad. De nuevo y por mucho que intentemos modificarla, la naturaleza es la que acaba mandando.