Por qué el tupper es lo único que verdaderamente tenemos en común

El tupper no es simplemente un recipiente de plástico donde llevas la comida, también llevas ahí tu falta tiempo y dinero

Naces, creces, comes de tuppers, te reproduces o no y mueres. Ya sea comprado en el bazar de la esquina o reciclado a partir de una tarrina de helado barato, si tienes un tupper en casa ya formas parte de una misma clase: la de aquellxs que no tienen ni tiempo ni dinero. El tupper es a la precariedad lo que el voto demoscópico al Benidorm Fest. Da igual si tienes 20 o 40 años,en algún momento de tu vida has tenido uno, has comido de uno y, por desgracia, se te ha desparramado dentro de la mochila. 

Lo que quizás no sabes es que la persona a la que debemos esta practicidad no es otro que el mismísimo señor Tupper. Sí, lo que ha unido Earl Tupper que no lo separe el hombre. Era un empleado de la química Dupont que fundó su propia empresa de plásticos en 1938. En 1947, diseñó su primera línea de utensilios de cocina de polietileno y la revista Time ya elogió que podía “soportar cualquier cosa”.

Pero las amas de casa estadounidenses no le dieron mucha bola hasta que a finales de los 40 un grupo de vendedoras independientes empezaron a exhibirlos y venderlos. Curiosamente, el éxito del tupper vendido en encuentros se convirtió en una especie de ritual de amas de casa al que tu madre tal vez también asistió. ¿Te suena lo de los encuentros del tupper? ¿De dónde te crees que viene el concepto tuppersex, encuentros para conocer juguetes sexuales? Nada más empoderador que pasar de encuentros para guardar la comida a otros para mejorar tus orgasmos. 

Pero el tuppersex no acabó con los tuppers. Ahí siguen y cada noche aprovechas el momento de prepararte la cena para dejarte listos unos macarrones con tomate o un trozo de pollo con verduras para así mañana no tener que pagar menú. Te llevas el tupper a la universidad o al trabajo porque vives lejos del centro, donde los precios del alquiler son más realistas. Al final te pasas una o dos horas al día en el transporte público porque no te llega el sueldo para pagar un alquiler más alto y al final no te da la vida para hacer nada más porque te pasas el día yendo de un sitio para otro. ¿Te suena? 

Es ahí donde el tupper se convierte en la máxima expresión de cómo acabas supliendo la falta de dinero con tu tiempo libre. Un recipiente de plástico de unos 15 x 10 centímetros, transparente o no, se convierte en un banco del tiempo: ahí dejas los minutos que no tienes para volver a comer a casa y los recalientas al día siguiente en el microondas del curro. 

¿Qué me dices de ese tupper que te ventilas delante del ordenador para salir a tiempo del curro o acabar un trabajo a última hora antes de entrar en la siguiente clase? Comer delante de la pantalla mientras sigues tecleando es la interiorización de la cultura de la productividad: hasta la pausa para comer tiene que generar algo. Lo que sea.

Cuando ves a alguien con un tupper te estás viendo a ti mismo y no puedes evitar sentir una cierta simpatía. A la hora de comer, cuando todxs abrís vuestros tuppers con las sobras del fin de semana, es el momento en el que se toma consciencia de formar parte de un mismo grupo. Da igual si eres del Barça o del Madrid, si eres más de Bad Gyal o Amaia, el olor a comida recalentada en un recipiente de plástico es una experiencia transversal que dice mucho más de lo que creemos sobre quiénes somos.