Abusadas por sus padrastos, por sus tíos, por sus profesores, sus vecinos, sus pediatras…Y lo peor es que muchas de ellas tienen miedo hasta de decírselo a su madre o a su familia por temor a lo que pasará. Miedo a que les peguen, a que la reacción de quienes deberían protegerlas sea peor que guardarse el secreto, que seguir sufriendo en silencio, esperando a que el abusador se acabe cansando y las deje en paz por fin.
Jamaica se vende como un paraíso tropical y lo es, pero también es uno de los países con mayor porcentaje de abuso de menores, algo que está muy dentro de su cultura, machista a más no poder. Entre 2007 y 2015 se denunciaron casi 16.800 casos, más todos los que se han mantenido en secreto. Un 40% de los jamaicanos cuenta que su primera experiencia sexual fue forzada cuando aún eran menores. Incluso hay casos de abusos a niñas de 4 años.
Julie Mansfield, abogada y escritora, es una de las supervivientes. “Mis abusos empezaron cuando tenía 8 años”, explica. Fue su tío. Ella es de Saint Thomas, la barriada donde la tasa de violencia sexual es la más alta de toda Jamaica, probablemente debido a la situación de pobreza extrema que se vive allí. Ahora intenta ayudar a otras niñas que han pasado por su situación a superarlo y conseguir que el crimen no quede impune.
Pero no es fácil, el sistema policial jamaicano tampoco ayuda a sentirse protegido porque suele ser bastante corrupto. Las leyes existen –tener sexo con un menor de 16 años está penado–, pero muy pocas personas denuncian porque no creen en la justicia. Incluso alguna gente que denuncia, no obtiene respuesta. De hecho, existe una policía específica dedicada a investigar los abusos sexuales. Se llama CISOCA. Pero aún así, muchas veces, antes que seguir la vía oficial, las familias se toman la justicia por su propia mano, lo que acaba en peleas e incluso en muertes.
Y por si todo eso no fuera suficiente, la pobreza les lleva a explotar sexualmente a las adolescentes, sobre todo porque las mujeres lo tienen más complicado para encontrar trabajo que los hombres. Así que algunas familias ‘venden’ a sus hijas para poder sobrevivir.
Para luchar contra esta situación, el gobierno puso en marcha en junio del 2015 la campaña 'Breaking the silence', para concienciar a la población y animar a las víctimas a que denuncien. Según los datos, de cada 10 adultos que admiten conocer casos de abuso de menores, sólo uno de ellos denuncia. El problema es que esa iniciativa es buena, pero ni mucho menos suficiente. Falta conseguir que la justicia funcione como es debido, que la policía también y que la cultura del país cambie y deje atrás el machismo y la aceptación del sexo como demostración de poder. Tristemente, eso es algo que llevará mucho más tiempo y trabajo.