Por Qué No Tienes Que Sentirte Culpable Si No Quieres Ir A La Universidad

“¿Pero cómo, no vas a estudiar una carrera?”, ¿Qué pasa, quieres ser un mileurista toda tu vida?”, “¡Pero si la Universidad es el único camino que te abre las puertas de los mejores trabajos!

“¿Pero cómo, no vas a estudiar una carrera?”, ¿Qué pasa, quieres ser un mileurista toda tu vida?”, “¡Pero si la Universidad es el único camino que te abre las puertas de los mejores trabajos!”. Típicas frases que se siguen pronunciando de forma categórica, porque la sociedad todavía se rige, en muchos planos, por concepciones decimonónicas. Pero hoy el panorama ha cambiado. Hace un siglo, tener un médico o un arquitecto en la familia era un honor y una garantía de estabilidad económica y contar con una formación superior era sinónimo de buena posición.

Pero antes estudiaban cuatro, y ahora no hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor para caer en la cuenta de que la mayoría de profesiones están saturadas. Por el contrario, ocupaciones que tiempo atrás estaban un tanto denostadas o, en todo caso, que eran entendidas como ‘de segunda fila’, han cobrado un auge más que evidente. Porque todo evoluciona, y hoy ha dejado de ser descabellado hacer oídos sordos a los interrogantes del principio y plantearnos otro diferente: “¿de verdad quiero ir a la universidad?”.

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El mundo es mucho más grande de lo que imaginamos. Y sí, tal vez sientas envidia de ese colega que tiene claro qué quiere estudiar casi desde la cuna. Ese amigo que ha nacido para ser médico, periodista o abogado. Que tiene una vocación que tú jamás has sentido. Y, por eso, el miedo a terminar en una carrera que no te gusta por el mero hecho de conseguir un título, amargarte durante los años de universidad y terminar en el paro, optando a puestos que no te motivan, te atenaza.

Porque sabes que la universidad, o cualquier formación en general, es el primer capítulo del resto de tu vida. Que estás escribiendo el prólogo de tu futuro, el marco que delimitará la mayoría de tus movimientos durante varias décadas, la línea por la que discurrirán tus trabajos y ocupaciones durante muchos años. Y también sabes que por eso, por ser la primera estrofa de la canción que te acompañará 30 o 40 años, debe ajustar su ritmo a la perfección y debe seguir la rima más adecuada.

Y, entonces, ¿cuál debe ser mi partitura? Tal vez sea interesante empezar con un año sabático, el mejor modo, según Universidades como Harvard, de planificar el futuro sin precipitarse. O pensar en alguna oposición que no tenga como requisito el haber cursado estudios superiores. O valorar la Formación Profesional que, si bien hace unos años no era una opción ‘glamurosa’, sí puede ser lo que de verdad satisfaga tus expectativas.

¿Y qué tal instalarte en otro país? Así aprenderás otro idioma y conocerás otras culturas que te darán ese elemento diferenciador respecto al que ha decidido consagrar cuatro o cinco años de su vida organizados en cuatrimestres. También puedes montar tu propio negocio, como un estudio de diseño, un centro de belleza o una productora audiovisual y formarte específicamente para dominarlo. Porque si te gusta conducir y conocer a gente con la que compartir conversaciones y experiencias, ¿por qué no vas a ser taxista? O si tu pasión es el Yoga y la meditación, ¿por qué no vas a poder ser el mejor instructor? Puede que jamás te forres pero, probablemente, sí seas más feliz que si te matriculas en Derecho y en ADE sin saber qué es una cuenta de pérdidas y ganancias y sin tener interés por descubrirlo.

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Lo fácil es decir que Steve Jobs y Bill Gates nunca terminaron sus estudios superiores. Pero de esos hay un par de casos por cada mil millones. No obstante, sí es cierto que la educación tradicional, en muchas ocasiones, no es capaz de preparar al estudiante para el mercado actual. La enseñanza teórica, el estudio de datos que jamás serán aplicados, los exámenes sobre tochos plagados de términos y definiciones que pronto caerán en el olvido… la universidad sigue aplicando, a veces, patrones de enseñanza que llevan vigentes muchas demasiadas décadas. Y el mundo, sin duda, no es ni una sombra de lo que era hace 20 años.

Aunque la decisión de no estudiar una carrera no debe tomarse a la ligera. La oferta es amplísima, y ya no se limita a unos cuantos títulos ‘categóricos’ como los de médico, abogado, notario o arquitecto. Tal vez, a priori, no hallemos nada que nos satisfaga pero, ¿hemos buscado bien? Es imprescindible, antes de tomar la decisión, buscar la mejor asesoría, apoyando cualquier movimiento en el punto de vista de padres y profesores, siempre huyendo, por supuesto, de sus posibles ganas de organizarnos la vida. No hay que olvidar que el compositor principal de esa banda sonora personal debe ser uno mismo, y que ser coherente es uno de los sentimientos más satisfactorios que pueden experimentarse, mucho más que lograr una matrícula en una asignatura que pronto olvidaremos o que jamás implementaremos en ningún trabajo.

Por eso, primero reflexión y luego movimiento, pero sin caer en normas anticuadas y sin dejarnos llevar por la mayoría. Porque no ir a la universidad no significa no haber estudiado, y no trabajar en un gran despacho no implica ser un infeliz. De hecho, tal vez, suponga justo lo contrario.

Crédito de la imagen: Emmanuel Rosario