Si quieres saber si eres una víctima del tecnoestrés y puedes llegar a desarrollar una adicción, sé sincero contigo mismo y contesta a estas preguntas:
- ¿Cada vez tienes que estar conectado durante más tiempo para conseguir satisfacción?
- Cuando es imposible estar conectado, ¿sientes ira, mal humor, incluso ansiedad?
- ¿Has perdido horas de sueño o el interés por otras actividades que antes te resultaban gratificantes?
- ¿Te propones estar conectado un rato y al final pierdes la noción del tiempo y acabas estando cinco horas delante de la pantalla del ordenador o el móvil?
Como esto no es la típica encuesta de revista femenina no vamos a proclamar ganador o perdedor. Pero si has respondido que sí a la mayoría de preguntas y si mirar el móvil es lo último que haces antes de acostarte y lo primero que haces al despertar, hazte un favor y empieza a vivir fuera de la pantalla.
José Antonio Molina, doctor en psicología y autor del libro SOS... Tengo una adicción, resume en los cuatro criterios anteriores tolerancia, abstinencia, consecuencias negativas en diferentes ámbitos de la vida y pérdida de control el modo de saber si estamos desarrollando una adicción a las nuevas tecnologías: “cuando se repiten estas conductas durante un tiempo continuado, digamos seis meses o un año, hay una adicción”.
Es lo que llevó a Javi a tratar su adicción a Internet y a los videojuegos. “Llegué a la consulta del psicólogo en pijama”, recuerda este chico de 32 años que ha pasado dos en terapia. Era lo único que vestía porque apenas salía de casa y solo se relacionaba mediante el ordenador. “Me diagnosticaron un trastorno psicótico con una adicción a las nuevas tecnologías que me llevaba a distorsionar la realidad y problemas para establecer relaciones con los demás”. Y eso solo a nivel psicológico. Porque además, Javi había perdido el pelo, tenia síndrome de túnel carpiano en las manos y principio de artritis por pasar delante del ordenador hasta 15 horas diarias.

Cuando se trata de adicciones con sustancia al alcohol o las drogas, por ejemplo está claro que los efectos físicos son más evidentes: puedes acabar con una perforación del tabique nasal o incluso un ictus por abusar de la cocaína. Pero, ¿y por la adicción al móvil? Las consecuencias son algo más silenciosas cuando no hay sustancias de por medio, pero al fin y al cabo son las mismas que pueden tener otros adictos: fatiga crónica, estrés, pérdida de horas de sueño, alteraciones de la conducta, dificultades en las relaciones interpersonales, aislamiento emocional, etc. La lista es larga, como apunta Ricardo Rodríguez, psicólogo y coordinador de UniAdic Unidad de Intervención en Adicciones.

Puede parecer exagerado porque hoy en día el móvil es ya una extensión de nuestro brazo. Somos, como define José Antonio Molina, “nativos digitales”, y si bien es cierto que las nuevas tecnologías en muchas ocasiones nos facilitan la vida, “cuando nos hacemos excesivamente dependientes nos la pueden complicar”. Y mucho.
Alba tuvo que pasar por la consulta de un psicólogo empujada por sus padres para darse cuenta de que era “una yonki del móvil y las redes sociales”. Hoy puede decir que “no era normal”. Porque quedando con amigas no era capaz de seguir una conversación “sin interrumpirla para leer cualquier chorrada que hubieran escrito en Twitter”. O porque viendo una película con su chico “no aguantaba más de un cuarto de hora sin mirar cuántos 'Me gusta' llevaba la última foto que había subido a Facebook”.
Estar tan pendiente de lo que hacían sus contactos le generaba frustración y la sensación de que “no estaba disfrutando tanto de la vida como ellos mostraban en sus fotos”. Alba reconoce que puede sonar “absurdo” pero entró en una especie de competición con sus contactos: “Ves en su muro lo bien que se lo han pasado de vacaciones, de cena romántica o saliendo de fiesta, y tú subes también tus fotos. ¡Que no se diga!”. Al cabo de un tiempo, pasó de interactuar en las redes sociales a ser “una zombie que solo deslizaba el dedo por la pantalla sin leer apenas y dejando pasar las horas controlando lo que hacían y dejaban de hacer los demás”. Sufría fomo 'miedo a perderse algo', por sus siglas en inglés. “Inmersa en la vida de los demás me olvidé de vivir la mía”, reflexiona ahora que empieza a reconocer su adicción.
¿Y cuál es la cura? En las adicciones sin sustancia “plantear la abstinencia completa es complicado y podría ser más problemático que la propia adicción”, alerta José Antonio Molina. A un adicto al sexo o al trabajo no se le puede prohibir practicar sexo o trabajar nunca más en su vida. Lo mismo ocurre con los enganchados a las nuevas tecnologías.
La realidad es que hoy en día es inimaginable que una persona esté totalmente desconectada sin móvil ni acceso a Internet, “ya que esto le podría generar problemas mayores que la propia dependencia, como problemas laborales o de relaciones sociales. Por eso lo que intentamos en terapia es establecer unos límites y enseñar unas estrategias de consumo responsable”, informa el psicólogo.
En el caso de Javi, que se había aislado totalmente del mundo exterior -no trabajaba, no salía, no hablaba ni con sus padres- los cambios al iniciar el tratamiento eran muy lentos. Primero salir a la calle. Después hablar con alguien. Poco a poco intentar retomar una relación afectiva. Buscar trabajo. “Cosas normales que había olvidado hacer y que para mí suponían pasos enormes”, recuerda Javi.
Como prevención han surgido alternativas interesantes como Un Finde Sin Tecnología, el primer retiro de la tecnología digital que se hace en España: 48 horas de desintoxicación digital en una finca mallorquina. Sin dispositivos como móviles o tablets, sin wifi ni 3G, sin interrupciones. Sólo tu y la naturaleza. Esas son las reglas que se proponen como los principios básicos de la desconexión digital para aprender a llevar una vida online y offline más consciente, significativa y equilibrada. ¿Serías capaz de pasar 48 horas totalmente desconectado de móvil e Internet?