Históricamente las drogas alucinógenas se han utilizado precisamente para eso: alucinar y tener viajes a los confines del inconsciente. Quienes las consumen aseguran que tienen la capacidad de expandir conciencias, aumentar nuestra espiritualidad y abrirnos puertas de nuestra mente que ni podríamos imaginar. Pero en los últimos tiempos, además, estas drogas alucinógenas han comenzado a ser investigadas como potenciales terapias efectivas contra la depresión y otras enfermedades mentales, según cuentan en este artículo de la publicación digital Inverse. La pregunta es: ¿Qué ocurre exactamente en el cerebro tras su consumo?
La respuesta depende de la variedad de droga alucinógena en cuestión. Según cuentan en este otro artículo de Inverse, la principal acción de la ketamina en nuestro organismo es potenciar la generación de glutamato, un neurotransmisor responsable "del 40% de todas las sinapsis del cerebro". Una de sus funciones claves es contribuir a la plasticidad cerebral que permite que aprendamos nuevas cosas. En ese sentido, "los estudios sugieren que dosis bajas de ketamina puede ayudar a reparar las conexiones en el cerebro". Es una de las razones por las que la ketamina podría estar funcionando tan bien en personas deprimidas.
Luego tenemos la dietilamida del ácido lisérgico conocido popularmente como LSD, " una sustancia química con una estructura muy similar a la serotonina". En concreto, el LSD estimula un receptor concreto de estos neurotransmidores: el receptor 5-HT2A, lo que permite estimular el flujo sanguíneo, producir actividad eléctrica, variar los patrones de comunicación en el cerebro y estimular áreas ligadas a la emoción y la conciencia. Esta es la razón, según apuntan desde Inverse, de la sensación de disolución del ego que tiene la persona bajo los efectos del LSD. También ayuda a "romper pensamientos negativos en espiral".
¿Pero y qué hay del MDMA? Aunque el éxtasis no produce una experiencia mística al estilo del LSD, también está siendo bastante estudiado como potencial terapia médica. En concreto, lo que provoca su consumo es una liberación en cascada de tres neurotransmisores: serotonina, dopamina y norepinefrina. En palabras de los especialistas de Inverse, esto genera una reducción en la actividad de la amígdala que lo convierte en "un tratamiento eficaz para las personas con el trastorno de estrés postraumático", conocido como TEPT, un trastorno con una prevalencia internacional del 3,9%. Podría ser una ayuda diferencial.
Por último, tenemos las setas alucinógenas. Sin duda, una de las drogas psicodélicas más consumidas entre los jóvenes, que buscan, entre otras cosas, experimentar un viaje hacia el inconsciente. En esencia hacen algo bastante similar al LSD: estimular los receptores de serotonina 5-HT2A del cerebro, además de reducir la actividad en la corteza cingulada anterior, "un área asociada con emociones negativas, dolor y depresión". Por todo ello, "los expertos anticipan que la investigación futura de las setas podría tener implicaciones muy importantes contra la depresión". Pero el consumo recreativo es otra cosa y hay que tener cuidado.