Imagínate la situación: firmas un contrato, entras en un laboratorio, levantas un pequeño frasco y dejas que varios mosquitos que estaban ahí atrapados te piquen. ¿Un poquito de picor y ya? En absoluto. Porque esos mosquitos aparentemente inofensivos han sido infectados con el parásito de la malaria. O con el patógeno del zika. O el de la fiebre tifoidea. O el del cólera. Es lo que la comunidad científica conoce como un ensayo de infección humana controlada y, gracias a que existen personas dispuestas a someterse a ello, se están desarrollando vacunas de altísima eficacia como la vacuna R21 contra la propia malaria. Nos están regalando unas cuantas victorias médicas trascendentales.
Y cada vez más. En palabras de Adrian Hillo, profesor de vacunología y director del Instituto Jenner, para la BBC, “en los últimos veinte años ha habido un notable renacimiento de los ensayos de infección controlada y se vienen utilizando para todo: desde la gripe hasta la covid-19”. Tanto es así que los laboratorios y las universidades están decididas a investigar muchas otras enfermedades más, como la de la hepatitis C, a través de esta metodología. En principio, cuentan desde este mismo medio y basándose en ls opiniones de lxs especialistas, “los beneficios superan con creces los riesgos si se realizan en las condiciones adecuadas”. El problema es que no siempre ocurre así.
La historia detrás de estos ensayos clínicos
O al menos en el pasado. Al fin y al cabo, fueron gobiernos tan desalmados como el nazi los que comenzaron a practicar estos ensayos entre sus prisioneros. Pero no serían los únicos: “Menos conocidas con las acciones de los médicos estadounidenses en Guatemala, que a mediados de la década de 1940 infectaron intencionalmente a 1.308 personas con sífilis y otras enfermedades de transmisión sexual”. Hoy los estándares éticos de la investigación médica son mucho más elevados pero, al parecer, y siempre según la misma BBC, algunxs científicxs ya andan alarmados con la velocidad con la que están realizándose este tipo de experimentos. Prisas y seguridad no casan bien.
Especialmente cuando se llevan a cabo con patógenos para los que aún no tenemos defensas. Como comenta Eleanor Riley, profesora emérita de infecciones e inmunología en la Universidad de Edimburgo, “para las enfermedades que tienen el potencial de causar un trastorno muy grave y para los que no tenemos un medicamento que detenga a ese organismo en seco, el equilibrio se vuelve mucho más difícil”. En esos casos, dicen lxs expertxs más preocupadxs, deberíamos estar muy segurxs de que no hay ningún otro camino para hallar una vacuna antes de arriesgar la vida de lxs voluntarixs. En cualquier caso, la comunidad está de acuerdo: esto no ha hecho más que empezar.