Hoy, después de más de diez años, de varios intentos de suicidios, de botes y botes de pastillas, de incansables horas de gimnasio, de vomitonas hasta que me sangraba la garganta, de cortes en mis brazos y piernas, de millones de lágrimas, de perder gran parte de mi vida, sigo siendo anoréxica. Sigo siendo una enferma. Estoy enferma, y el primer paso es reconocerlo y no avergonzarse de ello. Es una enfermedad mental, no es una moda pasajera o una tontería de adolescente.

Tener 16 años e ir al instituto es una etapa complicada por la que todos pasamos, sí, pero si encima eres ‘gordita’ –palabra que he detestado siempre– la cosa se torna mucho más fea. Recuerdo con total claridad e incluso la fecha exacta en la que decidí no comer más. En mi época no había redes sociales, salvo algunos foros en internet donde conocí la comunidad ‘ProAna y ProMia’, es decir, pro anorexia y pro bulimia. Páginas llenas de chicas que, como yo, querían adelgazar a toda costa, querían encontrar trucos para ayunar, para poder vomitar y que estaban plagadas de modelos y actrices súper delgadas a las que llamábamos ‘thinspo’, inspiraciones en las que sabías que jamás te convertirías pero te motivaban a bajar de peso.

Pero no todo es dejar de comer, contar las calorías de una pieza de fruta, o anotar en un cuaderno cuánto pesas y miden tus caderas, cintura o muslos cada día. Sí, cada día. Como si la cinta métrica y la báscula fuesen tus amos. El verdadero problema aparece cuando deja de afectar solamente al físico y acaba, literalmente, con tu cabeza. La ansiedad y la depresión no tardaron en aparecer, y todavía siguen por aquí.
Mirarme al espejo o ponerme unos vaqueros para salir de casa, se convirtió en toda una odisea. No pesaba más de 40 kilos en esos momentos, midiendo 1,60 aproximadamente. Estaba esquelética, mis familiares y amigos no sabían qué hacer conmigo, mi pareja me apoyaba pero todo era en vano, mi mundo y mi vida giraban en torno a mi falsa gordura, que en mi mente no tenía nada de falsa.

Aunque ahora rondo los 48 kilos, como lo suficiente para subsistir sin subir de peso y no vomito, sigo siendo anoréxica con etapas bulímicas. Soy una enferma en proceso de rehabilitación y curación. Porque no es un juego de adolescentes, porque puede aparecer en cualquier momento de tu vida, independientemente de la edad que tengas. Porque no me avergüenza reconocerlo y si a ti también te pasa, dilo en voz alta, no temas, no importa que tengas 15, 25, o 40 años, pide AYUDA. Yo tardé demasiado y ahora me arrepiento.
Crédito de la imagen: Kat Manzullo