Artículo de opinión
España es un estado laico y aconfesional. O al menos eso en teoría, porque si nos ceñimos a la práctica la realidad quedaría muy evidenciada. Uno de los ejemplos más recientes que desmoronan esta teoría sobre la religión se muestra latente con la nueva reforma educativa. Hace una semana se publicó en el BOE una modificación referente a la asignatura de religión católica y que tiene la culpa de este revuelo. Tras un breve periodo de reflexión en el que hemos tratado de buscar explicaciones, tan solo podemos decir que no las hemos encontrado.

Hace no mucho tiempo, la Conferencia Episcopal Española logró que la Lomce volviera a incluir la Religión como materia evaluable. Esta medida se criticó duramente, pero es que ahora las reformas van más allá. ¿Acaso España no es un estado laico? ¿Por qué hay que inculcar los valores de la fe cristiana? ¿Qué ocurre con los ateos o los agnósticos? ¿Y con los que profesan otra religión? ¿Por qué tantos privilegios para la Iglesia?
El temario también molesta bastante ya que sin indagar demasiado se quiere inculcar al alumno una visión creacionista del mundo y que una persona es incapaz de alcanzar la felicidad por sí misma. Y si vamos a casos más concretos, se pretende suavizar la persecución de la Iglesia a los científicos adelantados a su tiempo, como el caso de Galileo Galilei, o las medidas que aplicaba la Santa Inquisición a los herejes. ¡Ah, y que no se nos olviden los rezos en las clases! Así es: las oraciones se impondrán en las aulas.
No se puede negar que este adoctrinamiento constituye un gran retroceso para la sociedad. Hay que respetar las religiones, desde luego, pero en el ámbito personal y privado no se pueden inculcar estos valores por la fuerza ni equipararlos a otras materias como las matemáticas o el inglés. Así es, porque la religión contará para la nota media y para la obtención de becas.
Y no entramos en el debate económico, que pasa a segundo plano, aunque sin olvidar que al fin y al cabo todos los contribuyentes lo estamos costeando. Pero lo que está claro es el frenazo que supone para la educación de los más jóvenes. Negar la realidad para imponer una creencia no creará la sociedad más inteligente ni mejor formada. Que en pleno siglo XX el Ministerio de Educación acceda a incluir principios basados en la fe que pretendan contradecir los razonamientos científicos es un auténtico disparate.
Créditos de las imagenes: racocatala.cat y BOE