Lo mío es preocupante. Soy adicta; o estoy enganchada, da igual. El caso es que estoy enferma de likes. Esta dolencia, patología o trastorno ¿cómo se le puede llamar? no te la descubre el médico, ni de repente tienes síntomas que apuntan a un diagnóstico claro. No. Esto quien te lo comunica es un colega, un buen amigo que se ha dado cuenta de que lo tuyo no es una afección temporal.
Un día cualquiera sin likes
Ya no me acuerdo de eso. Ahora el día empieza grabando un Snap, son las 8:00 y hace sol. Ducha y cargando foto en Snap, ¿cuántos likes tendré hoy? Llego tarde al trabajo porque no me decido con el filtro. Ya han pasado 10 minutos y no tengo ningún like. Joder, si pasan 5 minutos más y no tengo ninguno la borro. Si cada vez que abro y cierro la aplicación contara como un abdominal tendría el cuerpo de Charlize Theron.

Son las 12:00 y por suerte pese a no tener su perfecto y atractivo cuerpo ya tengo 82 likes y mi último post en Twitter lo está petando: 51 retweets y 27 Favs. Mi estado de ánimo ya está en equilibrio y mi autoestima por las nubes, a esto le llamo yo ir chutada de likes.
Hashtags y filtros como dieta
Yo, mi chute y la poca dignidad que me queda siempre hambrienta de aprobación, caminamos muy yonkis las 24 horas del día buscando una dosis de likes. Así que para mantener mi galería y mi amor propio bajo control incluyo religiosamente hashtags que están relacionados con la foto así como los que ahora son tendencia; Y sí, funciona.

Obviamente eso computa un 20% del éxito total así que me ocupo de que los filtros hagan el resto. Y no hablo de la ridícula elección entre un Clarendon, Amaro o Valencia; hablo de coger las herramientas, ponerte el mono de trabajo y meterte a sacarle brillo, calidez y quizá un poco de saturación para que el resultado sea de Pulitzer. Yo me debo a mis likes, a mis seguidores, a mí autoestima cibernética.
Soy likeadicta
Al principio el mono era más llevadero. Solo entraba en Instagram para retocar algunas fotos que se quedaban ahí, inertes, con efectos desfasados. No me importaba ni quién las viera ni lo que pensaría de ellas, ni tampoco si iban a vagar por la red con la triste cifra de 0 likes como almas en pena. El tiempo era una variable distinta; no estaba acelerado como ahora, que tiene disparadas las pulsaciones. Lo que antes era una simple diversión y una manera de sumergirme en el hobby de la fotografía, se ha convertido en un ritual sagrado en el que cada día se celebran unos nuevos Juegos del Hambre.

Me agobia mucho comprobar que me ignoran porque me provoca una auténtica tragedia. Las consecuencias son serias, que he llegado a cogerle el móvil a mis amigos para darle like a mis fotos desde sus perfiles, qué me vais a contar. Sé muy bien a qué saben los 20 selfies fallidos de cada día y los follow que te hacen sentir montaña rusa para luego desaparecer sin ningún motivo, como un globo deshinchándose. Realmente me importa, llena mis pensamientos.
El electrocardiograma de mi vida Social Media

Pero la culminación del clímax llega cuando el número de likes pasa de un dígito a dos, o a tres. Llego a fibrilar si mis fotos no tienen likes y sufro pequeñas arritmias cuando mis altas expectativas caen en picado desmoronando mi inestable dignidad.
Y qué te voy a hacer si yo creo en el poder de los likes por encima de todo.