Que sí, que tú, entre el Brexit y lo de Trump, ya has tenido suficiente. Así que, eso de ponerte a pensar ahora en las próximas elecciones presidenciales de Francia cuando apenas nos hemos quitado de encima las de España, que dieron para rato, pues es un coñazo. Además, lo mismo da, porque como nunca cambia nada... ¿Seguro? Pues te equivocas. Porque esta vez puede cambiar TODO.
El sistema electoral francés no es como el español o el alemán, en el que se elige a los diputados del parlamento y son estos quienes, después, se ponen de acuerdo para nombrar a un presidente del gobierno. En Francia, la gente vota directamente a su candidato y, el que más votos reciba, gana. Una especie de moneda al aire, para entendernos. Una moneda que, en Francia, podría caer del lado del racismo y la xenofóbia.

Por eso, lo que pase en las segunda vuelta de las elecciones va a ser crucial: según la mayoría de las encuestas, Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional, un partido nacionalista antiinmigración, islamófobo y con pasado antisemita, pasará a la segunda vuelta y se enfrentará al candidato de centro derecha. No está claro aún quién será, pero las encuestas apuntan a que podría ser el ex primer ministro, François Fillon. Los socialdemócratas, arrastrados por la baja popularidad del actual presidente, François Hollande, se han quedado finalmente descolgados.
Conclusión; Marine Le Pen estará en segunda vuelta y todo se juega a un día. Los más moderados dicen que no puede ganar, ya que solo los más radicales la apoyarán y, aunque tengan que hacer de tripas corazón, los socialistas y comunistas -que de todo hay en Francia-, votarán a su oponente, con tal de pararle los pies a Le Pen. Pero nada de esto está claro.
Los últimos meses han cambiado por completo el panorama electoral. Los británicos votaron por los pelos a favor de dejar la Unión Europea y un millonario metido a estrella de reality show que no duda en hacer comentarios xenófobos y machistas, será el próximo presidente de Estados Unidos. O sea, que no demos nada por descartado.

Pero esto no es una política-ficción que no te afecta en nada, no: Marine Le Pen quiere que Francia vote si debe permanecer en la Unión Europea y, como ha señalado el historiador Timothy Garton Ash, su victoria sería el principio del fin del espacio comunitario. Este no puede existir sin Francia, ya que el origen mismo de la organización es mantener la paz en el continente, principalmente, entre Francia y Alemania.
Y, sin la Unión Europea, ya te puedes olvidar del mundo que has conocido hasta ahora. Porque las fronteras, -y, por tanto, las trabas para viajar y estudiar fuera- volverían y el regreso a las diferentes monedas nacionales asegura una merma del poder adquisitivo en países como, sorpresa, España. En resumen: serías más pobre y, sobre todo, menos libre.
Esto es real. Y puede pasar, vaya si puede pasar. Muchos sectores en Francia tienen resentimiento hacia los inmigrantes principalmente musulmanes, que viven en Francia desde hace décadas. En el país, que ha sido duramente golpeado por el terrorismo islámico, hay fuertes corrientes radicales, lo que aviva el discurso xenófobo de Le Pen. Pero ella está sabiendo también jugar la carta del descontento social con la economía para arrimar el ascua a su sardina.
Francia lleva décadas en decadencia económica. Y Marine Le Pen, al igual que hiciera Donald Trump en Estados Unidos, no ha dudado en culpar por ello a la globalización, especialmente a algunas de sus consecuencias, como el traslado de fábricas a países más pobres para ahorrar en salarios. Ambos populistas están sabiendo rentabilizar el descontento de una población que lleva viendo como su nivel de vida se reduce constantemente desde hace casi 30 años.

La crisis financiera ha aumentado aún más la precariedad de estas personas, ya que los sucesivos gobiernos optaron por llevar a cabo fuertes contenciones del gasto social e inyectar, a su vez, cantidades masivas de dinero a los bancos, con el objetivo de evitar una quiebra total del sistema. El resultado, sin embargo, no es suficiente. Al menos, para muchos franceses: altas tasas de paro, empleos precarios y un crecimiento económico anémico están colmando la paciencia de muchos que barajan votar a estas opciones radicales como una manera de mostrar su descontento, de hacerse oír.
Así que, igual que pasó con Trump, el voto no llegaría solo por parte de racistas analfabetos, sino que bebe de un descontento transversal y juega con la idea de presentar a estos candidatos populistas como alguien limpio y libre de la 'contaminación' del sistema. Todos usan, además, una retórica nacionalista muy aguda que apela a un supuesto orgullo anterior que se ha perdido y que debe ser recuperado. Y ese "recuperación" implica rechazar el status quo y dar marcha atrás a los procesos de apertura económica y laboral forjados en las últimas décadas. La ola de populismo coge cada vez más fuerza y, aunque ahora pueda parecer lejano, a ti también te va la vida en ello.