A las ocho de la mañana en el metro de la gran ciudad camino de la oficina. En un atasco cuando vuelves a casa de la facultad. Siempre que ves las avenidas atestadas de gente con bolsas de compra. Son muchos los momentos del día en los que te envuelve la ensoñación montañesa: ¿y si viviera en un valle en mitad de las montañas alejadx del mundanal ruido urbano? ¿Y si mi vida fuesen cielos abiertos, aire fresco y animales salvajes? Un bucolismo totalmente comprensible. Un anhelo anticiudad muy razonable. No obstante, y según dice la consejera clínica Claudia Skowron, la fantasía montañera esconde un inquietante lado oscuro: puede deteriorar poco a poco tu salud mental.
Y por múltiples razones. Para empezar, y salvo que vayas allí con full teletrabajo, vas a sufrir laboralmente. En palabras de la propia Skowron, “los pueblos de montaña prosperan gracias al turismo y las temporadas altas exigen muchas horas y pocos días libres”. Pero imaginemos que tú sí tienes trabajo a distancia. Uno que te mola. Y te imaginas a ti mismx en el escritorio, con la montaña de fondo a través de la ventana y el café entre tus manos. Estupendo. El problema es que en la montaña “los residentes tienen menos probabilidades de tener interacciones frecuentes con los vecinos”. Si encima teletrabajas, aún menos socialización. Y ese aislamiento termina pasando factura.
Por supuesto, algunas personas tienen más facilidades para gestionar la soledad, pero en última instancia todos somos sapiens con anhelos y necesidades de contacto. Podría darte un bajón. Tener dificultades para lidiar con ello. Y aquí viene el siguiente hándicap de la montaña para tu bienestar psicológico: no suele haber mucha atención profesional terapéutica en estos rincones remotos. De nuevo, tienes internet y las videollamadas para salvar la barrera, pero no es lo mismo. O al menos no para muchísimas personas que necesitan de la presencialidad y el cara a cara para sentirse cómodas y cuidadas. La pseudosocialización no funciona para todo el mundo. Es un hecho.
Pero ojo, y al margen de la opinión de esta experta, está claro que vivir en la montaña tiene beneficios maravillosos. Menos ajetreo. Más tolerancia al aburrimiento. Más autoescucha. Más naturaleza. Más paz. Eso nadie lo pone en duda. Puede ser una experiencia muy saludable y enriquecedora y, quién sabe, quizás descubras que es cómo quieres vivir el resto de tu vida. El problema es la idealización. Y, sobre todo, irse de la ciudad huyendo de los problemas. Porque ellos vienen detrás de ti. Al menos los profundos. Los atávicos. Antes de largarte a un pueblo de montaña asturiano, contempla todo lo que implica y no solo la estampa esperanzadora. Calibra las expectativas.