Os lo prometo, hoy ha sido un día horrible. Y no solo porque el cielo estuviera sospechosamente gris con probabilidad de lluvia y ganas de joderme la sonrisa, que también. Pero el caso es que he pasado el día entero tropezándome con cientos de adultos y digo adultos, pues suena a solemne y aburrido que odian su trabajo o, lo que es lo mismo, su modus vivendi. Cientos de zombis, almas en pena cargadas de desidia y desilusión, retales de vidas momificados en forma de cajeras, proveedores, conductores, abogados y cualquier otra profesión. Que, oye, igual seré yo el raro, pero eso de que te atiendan con la mirada puesta en el infinito, como pensando en qué hay de cenar, o si Cristiano se peinó con la raya a la derecha, pues como que a uno le deja frío.
Seres convertidos en autómatas, que ejecutan su trabajo con la frialdad de una máquina pero con la imprecisión de un humano. Y así, mientras espero en la cola del banco para hacer unas gestiones, me pregunto en qué momento de la vida dejaron de emocionarse. Igual ya nacieron así, con la corbata bien prieta y los tacones encajados. Y supongo que estar 30 años de tu vida haciendo las mismas tareas desanima hasta al más optimista.
Obviamente, tenemos que ser comprensivos con las vicisitudes de las personas, pues desconocemos su vida, su entorno y su situación, pero vaya que si me descubro así con la cara de pasmado y con la sábana pegada diariamente, por favor inflarme a garrotazos hasta recuperar el sentido. No estoy dispuesto de ningún modo a que me suceda algo parecido, y sí, sé que habrá momentos en los que nuestra motivación dibuje una curva claramente descendente, pero también creo que es nuestra propia responsabilidad seguir construyendo un entorno en que sentirnos felices o inquietos, evitando estancarnos emocionalmente.
Creo simplemente se resume en un ¡gracias!, un ¡qué tengas un buen día!, un esbozo de sonrisa o un brillo en los ojos que muestre vida en esos cuerpos inertes y cambie el sentido de la cadena.
Si entendemos que vivimos en un mundo en el que todo, para bien o para mal, está terriblemente conectado. Que un tío borde a las 8:00 de la mañana te rebuzne en la cara porque se despertó con el pie izquierdo o porque su hijo Jonathan le ha hecho llegar tarde a la oficina solo puede provocar que tu gesto cambie; y que entonces seas tú el que le rebuzne al panadero; y que éste, por efecto cual ficha de dominó, se queje al vecino que por allí pasaba, y este le reproche al policía local la multa por aparcar mal... y así sucesivamente. Es lo que yo denomino como "cadena de cabrones". Toda acción causa un efecto.
Y aquí me tienes, mordiéndome la lengua y siendo lo más educado que me enseñaron mis padres, todo sea por no pagarlo con el panadero. Solo espero que cuando salga del banco el cielo sea un poco menos gris, el policía local un poco más comprensivo, y que 'el Jonathan' haya llegado a tiempo al colegio.
Ya ves, lo poderoso que resulta un "que tengas un buen día", un "gracias", o una sonrisa...
Música: José González Locutor: José González