“Tengo ansiedad desde hace 4 años .... Me siento un impostor y un fraude. No estoy contento con mi vida y me siento culpable por ello ...”. Este testimonio es de una persona que padece el síndrome del impostor —o síndrome de la inseguridad—. Un término que, a pesar de no encontrarse en manuales diagnósticos ni guías de tratamientos, se utiliza para identificar a un conjunto de rasgos y comportamientos comunes que producen malestar emocional en un gran número de personas que se sienten incapaces de adueñarse de los logros y las metas conseguidas, tanto en el ámbito laboral, académico como personal. De hecho, se dice que siete de cada diez personas lo han experimentado en algún momento de sus vidas.
Sensación de inseguridad, poca confianza en uno mismx —sobre todo en las propias competencias—, baja autoestima, miedo al fracaso, temor a que los demás descubran que el propio éxito es un fraude… son los principales síntomas del síndrome del impostor. Una realidad que a ojos de los demás no concuerda con lo que ellos ven, pues a menudo las personas que lo sufren son especialistas en algún tema, tienen calificaciones brillantes, una gran carrera y desempeño laboral o simplemente un largo recorrido de esfuerzos que le han hecho llegar hasta allí, pero no se lo creen. Ese es el principal problema. Donde otros ven habilidades y éxito, ellos ven suerte o azar y por supuesto personas mucho más excelentes y adecuadas.
Nunca es suficiente, nunca es demasiado, siempre se puede hacer algo más y otros lo harían muchísimo mejor. Esos suelen ser sus argumentos con los demás y con ellos mismos e incluso algunos pueden llegar a pensar que no se les da bien nada. Tienen una gran tendencia a minimizar y subestimar el éxito y sus propias capacidades a la vez que se exigen demasiado y apuestan por el perfeccionismo. El resultado: una sensación de insatisfacción y culpabilidad abrumadora y un gran descontento en todo aquello que tenga que ver con sus éxitos que, a la larga, puede afectar a la vida a nivel general y desembocar en crisis de ansiedad, angustia y episodios de tristeza o incluso depresión en algunos casos.
La unión entre el síndrome del impostor y la ansiedad
La ansiedad puede indicar que se padece el síndrome del impostor en algunos casos. De hecho, puede ser la clara visible de esta dificultad, si es resultado de un alto nivel de autoexigencia. Así es. A menudo, las personas exitosas tienden al perfeccionismo y a ser exigentes con ellas mismas: desean que todo salga bien y hacerlo de manera correcta, por lo que acaban sobreesforzándose. El problema es que cometer errores es algo normal, ninguno nacemos con la capacidad de saberlo todo, de hecho es justamente al contrario: los errores son las puertas a los aprendizajes, las oportunidades que nos permiten reflexionar, mejorar y hacer las cosas de otra manera.
Ahora bien, si nos exigimos constantemente, si nos creamos expectativas y modelos ideales es muy fácil acabar frustrados y que la ansiedad llegue a nuestro día a día, pues al final estaremos persiguiendo algo que probablemente nunca alcanzaremos, aunque en esos momentos no lo sepamos. Se trata de una trampa perfecta en la que las preocupaciones y los miedos acabarán por limitarnos.
Lo curioso es que todo forma parte de un juego psicológico porque la mayoría de nuestros pensamientos son hipótesis sobre posibles escenarios futuros que no podemos palpar, pero que tomamos de referencia para actuar de uno u otro modo. Así es la ansiedad: nos hace creer que algo puede ser real, cuando ni siquiera lo sabemos. Y así es la mente de una persona que padece el síndrome del impostor: un escenario ficticio en el que ella nunca está a la altura de las circunstancias, aunque todo lo que la rodea indique lo contrario. Curioso, ¿verdad?
¿Cómo superarlo?
Salir del engaño de ser un impostor y no ser merecedor de los logros y metas conseguidos no es fácil, pero sí posible. Y no lo es porque este síndrome afecta a la concepción y valoración que tiene la persona sobre sí misma, aspectos que se forman a lo largo de toda su trayectoria y en los que influyen tanto las experiencias vividas como la personalidad y educación recibida. Por lo que en la mayoría de los casos se necesita un trabajo terapéutico de fondo, es decir, la ayuda de un especialista. No obstante, a continuación dejamos algunas claves que pueden ayudar.
La ansiedad, como cualquier emoción, es un indicativo de que nos pasa algo, un aviso. Por lo que identificarla es el primer paso. Quizás en algunos casos no se llegue a experimentar como tal, pero seguramente habrá otro tipo de emociones relacionadas con el malestar que transmiten el mismo mensaje: culpabilidad, frustración, angustia, etc. Se trata de conectar con uno mismo y preguntarse para qué nos sirve esa emoción que no nos hace estar bien, qué nos quiere decir.
Una vez dectectada y descifrado su mensaje, es recomendable practicar algún tipo de relajación y respiración para gestionarla. Eso sí, aquí la práctica continuada suma puntos, ya que si solo meditamos o respiramos cuando nos encontramos mal es muy fácil que no lleguemos a experimentar la sensación de calma que necesitamos.
Aprender a creer en uno mismx
El siguiente paso sería aprender a creer en uno mismo, es decir, definir nuestro valor. Algo que a simple vista parece fácil de de decir, demasiado positiva y hasta irrealista. Y es que si nos quedamos con la frase —la parte más superficial— así es. Pero esta expresión tiene una gran profundidad, ya que para alcanzarla hay que trabajar el autoconcepto —la visión que tenemos sobre nosotros mismos—, la autoestima —cómo nos valoramos—, nuestros pensamientos y creencias, además de reflexionar sobre la diferencia entre lo que somos y lo que hacemos, una confusión muy presente en casi todos nosotros. Porque, ¿quién no se define por lo que hace? La cuestión es ¿y todo lo demás? ¿no es demasiado reduccionista concretar quién soy por lo que hago en determinados momentos?
Así, deberíamos de trabajar para aceptarnos como somos, lo que conlleva identificar nuestras capacidad, habilidades y fortalezas personales, así como nuestras heridas y limitaciones, viendo a estas últimas no como algo que nos pesa y avergüenzan, sino como aspectos que también nos definen y que si los reconocemos nos ayudarán a fijar ciertos límites. Además, es importante que derribemos la idea de que todo lo que pensamos es 100% verdad porque nuestros pensamientos no son verdades absolutas y suelen estar condicionados, es decir, no somos todo lo que pensamos y también nos confundimos sobre nosotros mismos. Porque ¿desde dónde nos definimos? ¿En qué nos basamos? ¿Eso que nos decimos nos lo han dicho antes? ¿Qué criterio utilizamos? Se trata más bien cuestionarnos y tener presente que la mente tiene cierta tendencia a ser negativa.
Y con esto no estoy diciendo ¡viva el positivismo! No comparto esa idea de huir de lo que nos duele, pero sí de cuestionar lo que pensamos y cómo alimentamos ciertas creencias. ¿Qué pruebas tenemos para decir que no valemos para nada o que sin un toque de suerte no lo hubiéramos conseguido?
Cambiar la relación contigo mismx
Y por último, se trata de cambiar la relación con nosotros mismos a raíz de trabajar la regulación emocional y el propio valor. Esto implica dejar de postergar, dejar de compararse con los demás y realizar una atribución interna de los logros y metas conseguidos. En definitiva, consiste en tratarnos bien y dejar de criticarnos, poniendo pegas o despreciando nuestro camino de esfuerzos y éxitos e incluso de dejar a un lado la falsa modestia para reconocer todo lo que valemos.