Seguro que los has conocido. Peor aún: seguro que los has padecido. Es uno de esos tipos arrogantes y pesadísimos que se creen el ombligo del universo y que deberías arrastrarte hasta su cama para pasar una inolvidable y empalagosa noche de amor junto a él. Es el Don Juan Tenorio de José Zorrilla, el Don Juan de Lord Byron, el Julián de Stendhal o el Marqués de Bradomín de Ramón del Valle-Inclán. Es, en definitiva, el producto más rancio, arquetípico y perpetuado del machismo recalcitrante. El Don Juan de toda la vida. El problema está en que, por encima de todo lo anterior, como en una especie de pátina, el Don Juan se presenta como atento, inteligente, conversador, atento y extremadamente adulador. Y eso, a veces, es mas que suficiente para atraer y seducir a sus víctimas.
Hasta aquí nada nuevo, ‘donjuanes’ ha habido toda la vida y siempre los habrá. Seguramente ya seas capaz de verlos a distancia y sepas cómo quitártelos de encima. Sin embargo, lo que quizá nadie te había contado es que estos tíos también son víctimas, de ellos mismos. La realidad es que se trata de individuos con una lista de complejos psicológicos y sentimientos negativos que le impiden tener una relación sana con las mujeres. "Este tipo de hombres tienen a menudo un frágil ego y la conquista femenina es una manera de reafirmarlo", explicaba un artículo de la revista Semana sobre el “síndrome de Don Juan” en el que se insistía que, precisamente porque su ego se reafirma con sus conquistas, “las presas favoritas son aquellas mujeres que parecen más difíciles”. Una vez ‘caen’, el Don Juan pierde el interés e inicia una nueva seducción.
Y, no, hay que confundir a los “donjuanes” con los mujeriegos, estos están a otro nivel y su obsesión por conquistar es 100% enfermiza. "El mujeriego necesita reafirmar su hombría ante los otros hombres, el donjuán tiene que reafirmarla ante él mismo. Lo que tienen en común es que ambos hacen alarde de sus conquistas”, añaden. Por su parte, las fundadoras de la Asociación Personas adictas a personas APAP de Argentina, la psiquitra Mónica Pucheu y la psicoanalista Inés Olivero, indican que esta continua necesidad de valoración interna y externa convierten al clásico Don Juan en un infeliz crónico: “una personalidad débil y necesitada de la admiración de los demás, carece de estabilidad y termina sufriendo sus consecuencias en sí mismo”.
A más conquistas, más vacío. El de este personaje es un ciclo absurdo y sin fin. El problema está en que en el enfermizo proceso de conquistar a más y más mujeres, el Don Juan arrasa con las emociones de toda aquella persona que se cruza ante su narcisismo. “Es un personaje con poca definición de su rol sexual y un narcisismo cruel y despiadado que desconoce el impacto de su interacción con los demás”, sentencian desde la APAP. Y peor aún, su pátina falsa y manipuladora de seductor muchas veces alcanza su propósito apoyada en el modelo social todavía imperante: “alcanzó brillo en la sociedad patriarcal y soportado por las mujeres que aún abandonadas sentían el privilegio de haber sido elegidas”.
Por tanto, la mejor protección contra el típico Don Juan es la distancia y jamás alimentar su ego porque ese es precisamente el juego que persigue. Él no es un caballero como quiere hacerte ver con sus manipulaciones sino una persona que necesita ayuda profesional para superar su propia toxicidad. Lo realmente importante es entender que, como señalan desde la APAP, estos roles deben ser señalados y expuestos para que sus malas artes no encuentren mujeres vulnerables sino empoderadas y capaces de responder con firmeza a sus intentos de manipulación. El día en el que las mujeres, a través del conocimiento y la conciencia, dejen de percibir estos roles caballerescos como algo atractivo o mínimamente deseable, los ‘donjuanes’ dejarán de campar a sus anchas y enfrentarán su propia decadencia moral.