"Mire a donde mire, solo veo mujeres luchando", dice el poeta hispano-sirio, Escandar Algeet. Y tiene razón. Desde el comienzo de nuestra existencia, de la de cada uno de nosotros, lo primero que hemos visto es a una mujer luchando. Tu madre dando a luz. Tu madre, regalándote la vida. Jamás me había parado a pensar en ello. En esta imagen de una mujer, la de mi madre, luchando para que yo sea. Yo soy por su lucha, al igual que vosotros sois por la lucha de tantas ‘ella’.
Es cierto que lo asumimos como algo natural, más que nada porque la lucha forma parte de la vida. Pero, ¿por qué siempre una mujer? ¿por qué para nosotras también nos parece algo incuestionable? Quizá que porque desde que el día en que nacemos nos hemos visto más juzgadas, presionadas y ninguneadas por la sociedad que el hombre.

Desde pequeñas, por elegir uno de entre los muchos ámbitos en los que nos vemos infravaloradas, hemos estado sometidas a unos cánones de belleza que debíamos cumplir o intentar conquistar para ser amadas y deseadas. Como si el cuerpo no fuese bonito por el mero hecho de ser cuerpo. Como si las distintas personas no se viesen atraídas cada una por distintos motivos hacia otras. Como si la belleza fuese objetiva y no la pluralidad de gustos y seres que, por suerte, puebla el planeta.
Qué pena querer eliminar la diversidad, que es lo que nos hace a cada uno especial. Pero no solo eso, qué simplista la concepción del ser humano si la belleza ha de verse encorsetada en unos parámetros en lugar de dejarla crecer libre y salvaje como ha de ser. Y qué injusto que sea la mujer, la que embellece el mundo trayéndole la vida, la que deba padecerla en especial.
Es más, llegados a este punto y hablando de belleza, os haré una revelación: el desnudo no es sexy en sí mismo sino porque el cuerpo es la extensión de la mente que se desea incluso aunque sea de forma efímera. Y, dichas formas, seas cuales sean, se tornan bellas por sí mismas. O dicho de otro modo, la belleza nos puede conmover pero lo que nos atrae y engancha es la química que surge con alguien y que no se nutre de añadidos impuestos por la sociedad. Lo puedo decir más alto y más claro. Ni maquillaje ni tacones: una mujer solo necesita sonreír para ser bella.
Y, llamadme optimista, pero con permiso de Escandar yo diré: "mire a donde mire, yo solo veo mujeres sonriendo". Mujeres inabarcables de tan inmesas que son por dentro. Que se levantan cada vez que caen por más que intentemos —sí, entre todos— ponérselo difícil. Mujeres libres de los estigmas con los que otros han querido cargarlas. Mujeres valientes que han aprendido a quererse. Sean como sean porque son bellas como son.
Y las oigo gritar cuando una de ellas se viste como desea sin pensar en nadie más y se guiña un ojo ante el espejo. Las oigo gritar cuando otra calla a la báscula de casa pidiendo el postre que le gusta. Cuando apartan con las manos el pie de quien las pisa, cuando mandan lejos el comentario de quien las juzga, cuando no dan un paso atrás ante quien no reconoce su valía. Las oigo gritar ‘me quiero’ y me emociono.
Debo de sufrir síndrome de Stendhal, mis mujeres revolucionarias, porque la belleza de vuestra lucha me supera. Y pienso que si con ellas no cambia el mundo, al menos mejora porque mire a donde mire, solo veo mujeres luchando. Porque mire a donde mire, solo veo mujeres sonriendo.