Crédito de la imagen: Ashley Sophia Clark
Siempre voy a estar ahí para ayudarte, por supuesto que sí. Lo sabes. Puedes llamarme si tienes algún problema, si te ha pasado cualquier cosa que te ha dejado los ánimos en el barro o si, simplemente, tienes el día flojo. Todos tenemos de vez en cuando uno de esos días en que todo es opaco y el cuerpo pesa y necesitamos una cara amiga, un oído empático, una mano en el hombro, o dos debajo de las axilas para ayudarnos a ponernos de nuevo en pie.
Te voy a ayudar, no solo porque sé que tú harías lo mismo, sino porque eres importante para mí. Cualquier cosa que esté en mi mano para que tu vida sea más llevadera, la pienso hacer. A veces bastará con intentar hacerte reír, pero habrá días en que necesites mi regazo para llorar en él. Cuento con ello. Me parece bien. Para eso estamos.

Pero no quiero que olvidemos que ayudar consiste en ser, no sé, como un martillo, un poco de pegamento o un tornillo. Algo así. Estar ahí para que, en esos días en que sientes que te has roto un poco, la otra persona encaja tus piezas desordenadas o repara con cariño las abolladuras provocadas por el golpe. Te arregla para que puedas seguir funcionando. En eso consiste ayudar, en reconstruir. Y, después de la ayuda, uno se levanta y sigue el camino.
Pero a veces no queremos que nos arreglen. A veces queremos, simplemente, que nos cuiden. Que nos mimen para recordar que somos importantes y que, si llamamos, habrá alguien ahí. De vez en cuando hace falta y no pasa nada, pero si se convierte en costumbre es que algo falla.
Y a veces no queremos arreglar. Lo que queremos es ser esa persona al otro lado del teléfono, esa persona necesaria y útil que está siempre para solventar la crisis. Ya no nos dedicamos a encajar las piezas para que el otro camine, sino que nos lo echamos a los hombros y caminamos por él.

En el momento en que uno no quiere caminar, no está pidiendo ayuda sino atención. Y en el momento en que uno quiere caminar por el otro, no está ayudando sino intentado salvarle. Y cuando intentas salvar a alguien, aunque lo hagas sin querer, estás dándole a entender que no tiene las herramientas para salvarse solo. Estás haciéndole creer que te necesita.
Por eso te digo que quiero ayudarte y no cuidarte. Sé que parece lo mismo, pero en realidad no tiene nada que ver. Creo que es el límite justo entre una relación sana y la dependencia. No quiero que necesites estar mal para saber que estoy ahí. No quiero utilizarte para sentirme útil. Y tampoco quiero que pase al revés.
No quiero que necesitemos necesitarnos. Quiero que sepas que voy a estar siempre ahí, y que sé que tú también estás. Pero que estamos, no porque no podamos seguir adelante por nuestra cuenta, sino porque así es mucho más fácil. Y más divertido. Y más bonito. Y porque para eso estamos.