Una psicóloga nos explica cómo cerrar una etapa de tu vida

¿Has pensado ya qué harás cuando termines la universidad, en lo que vendrá después? O, para ti, que el final de la carrera ya es un recuerdo más o menos remoto: ¿recuerdas qué es lo que sentiste aquel primer día sin tener que ir a clase?

¿Has pensado ya qué harás cuando termines la universidad, en lo que vendrá después? O, para ti, que el final de la carrera ya es un recuerdo más o menos remoto: ¿recuerdas qué es lo que sentiste aquel primer día sin tener que ir a clase? Sí, justo ese día, el primero de tu nueva vida. Si tu principal sensación fue un miedo atroz, quizás el estómago se te haya vuelto a encoger con sólo volver a pensar en ello. Porque tras la universidad explotó esa burbuja de seguridad cíclica que te permitía saber dónde estabas y cuál era tu papel, y un abismo se abrió ante ti. ¿Qué demonios ibas a hacer? Hoy, que lo ves con perspectiva, tal vez hayas caído ya en la cuenta de que los cambios son, en realidad, motores de tu propio crecimiento. La psicóloga Amanda Ramos comprende que "enfrentarlos no es nada fácil", pero también asegura que "sólo el cambio te sacará de tu zona de confort" Y añade: "Es ahí fuera donde sucede la magia". 

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Si aún no te has visto en esa situación, tómate este texto a modo de premonición con su consecuente moraleja. Terminar los estudios supone dar por cerrada una etapa importante de la vida y marca el inicio de aquello que llaman 'ser adulto'. A partir de ese momento, cuando se nos cae la venda y explotamos la burbuja, comienza un nuevo capítulo de nuestra biografía en el que vendrán muchos más cambios, con sus en ocasiones inseparables retortijones y sus noches de insomnio. 

Aunque no todos los tomamos igual. La psicóloga Amanda Ramos dibuja otro perfil, el de "las personas que viven en constante cambio, que suelen ser inconformistas a los que les gustan los retos. Una vez alcanzados, vuelven a buscar otro", y así organizan su vida, imaginándola como una gran tirolina en la que el vértigo es un factor fundamental. Ese es tu compañero de piso: un alma libre que huye de la monotonía como de la peste. La incertidumbre por lo nuevo que está por venir es lo que más le pone, es su gasolina. Cada dos por tres, lo ves montando su mochila para vivir una nueva aventura. Ya has perdido la cuenta de los viajes que ha hecho este año y tampoco eres capaz de explicarte de dónde saca la pasta, porque cambia más de curro que de calzoncillos.  

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De hecho, lleváis viviendo juntos un par de años y aún no sabes el mejor momento para pedirle el mes de alquiler, porque desconoces su rutina. Pero, ¿acaso tiene una? Amanda Ramos aclara que no hay que confundir términos:  "La monotonía es, por definición, negativa, porque te acerca al cansancio o al aburrimiento”. Por el contrario, las rutinas sí son necesarias porque "sin ellas no podríamos vivir. Sin ir más lejos, nuestro cuerpo funciona debido a las rutinas de nuestros órganos. Nos proporcionan comodidad; nos hacen sentirnos seguros”, aclara. Por eso a la mayoría nos entra canguelo cuando las abandonamos.

Y ahí es donde anida y se origina el miedo. Ese cosquilleo que no podemos evitar, aunque sepamos que lo que tiene que venir va a ser algo mejor. El culpable de que a veces nos rajemos, y el que consigue que nos arrepintamos por todo aquello que pudimos haber hecho o elegido y que ya sólo existe en la dimensión paralela del 'y si…'. Resulta curioso que, la mayoría de las veces, solo nos arrepintamos de lo que no hicimos. ¿No es una señal?

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Otro gran cambio: puede que hayas conseguido una beca o que, como tantos otros, tengas que irte a trabajar fuera. Y puede que te ilusione la idea, pero eso no impide que te eches a temblar con tan solo pensarlo. La explicación es sencilla: según cuenta Ramos, los cambios que más nos afectan “son aquellos que más nos cuesta asimilar; aquellos para los que no estamos preparados” o incluso aquellos “para los que nos es más difícil aprender a crear una nueva rutina”. El desconocimiento, la ruptura con lo que nos resulta familiar y nos hace sentir seguros es lo que provoca el efecto del ‘dardo paralizante’.

Pero los cambios son buenos, siempre y cuando nos ayuden a avanzar, “siempre que nos hagan ser conscientes de que algo no va bien y tú decidas acabar con esa situación. En ese sentido, los cambios son buenos e incluso necesarios”, afirma Ramos. Son los que nos hacen fuertes y nos ayudan a superarnos. Aunque al principio cueste, enfrentarnos a esa nueva situación va a facilitar la manera en la que nos desenvolveremos en ocasiones futuras. Porque, tal y como establece la psicóloga,  “ese cambio que te llevará a alcanzar tu nuevo objetivo irá de la mano de una nueva rutina, traducido en un nuevo aprendizaje”.

Y que quede claro: ni tu predisposición ante lo nuevo es buena ni tampoco lo es la de tu compañero de piso. Lo ideal, de nuevo, es encontrar el equilibrio. Porque la solución no está ni en el aburrimiento extremo ni en la aventura ininterrumpida. Los cambios nos hacen sentir vivos al abrirnos nuevos caminos de posibilidades y aprendizajes, aportándonos la chispa que a veces nos falta, pero no deben convertirse en el único motor de nuestra vida. 

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También debemos aceptar que, en una sociedad tan cambiante como la nuestra, la estabilidad, y en especial para los jóvenes, es bastante complicada de alcanzar. Por ello, debemos aprender a mirar los cambios de otra manera, evitando así que nos invada la ansiedad. "Si logras superar el miedo que supone el cambio, ganarás en confianza", asegura la psicóloga.

Moraleja: tengamos claro que los cambios son inevitables. “Tarde o temprano, llegarán. Pasar del colegio al instituto, enfrentarse a la búsqueda de un nuevo empleo, afrontar la pérdida de un ser querido… son sólo algunos ejemplos de situaciones que debemos aprender a manejar”, explica Ramos. Y todo cambio asusta, sí, pero, ¿no es asumir riesgos lo que nos hace sentir realmente vivos?