Mis padres están felizmente casados desde hace chorrocientos años, nunca ha habido problemas de paro en mi casa, he sacado buenas notas desde 1º de primaria, fui a curso por año en la carrera, nunca se ha muerto nadie cercano, hasta mi tercer novio nadie me había dejado, si tuve que trabajar antes de acabar la carrera fue porque quería algo de dinero propio para viajar, mis padres me han permitido estudiar lo que he querido, me pagaron un máster cuando se lo pedí, nunca he currado de nada que no sea lo que estudié tras licenciarme, siempre he tenido amigos y ningún problema grave de salud por no tener no tengo ni alergias. Supongo que ahora te pareceré una repelente, pero simplemente es que he tenido mucha suerte en la vida. Por eso ahora, que estoy amargada por un tío y con un incierto futuro laboral, mi mundo lleno de almohadones se viene abajo.
Casi todo el mundo al que he ido conociendo a lo largo de mi vida cuenta con algún drama en su expediente. Si no varios. Separaciones, maltrato, anorexia, fracaso escolar, problemas económicos, una vida sentimental ruinosa, acoso en el colegio, elección de una carrera equivocada, enfermedades o tener que decir adiós para siempre a alguien al que estaba muy unido. Siempre hay algo. En mi caso no. Por eso ahora que soy adulta y empiezo a afrontar algunos de los problemas que el resto del mundo lleva años soportando, me faltan herramientas para gestionarlo y tiendo a hundirme en el fango.
Uhhh, problemas con un tío y la incertidumbre de no saber hacia dónde se dirige ahora tu carrera profesional. Qué tragedia del primer mundo, pensarás. Y yo te doy toda la razón. Es absurdo que a mis veintitantos me sienta perdida por un breve espero periodo de ligeras turbulencias. Pero por primera vez, siento que no puedo tener todo bajo control y que no sé por dónde empezar a solucionar este laberinto en el que me he metido yo sola.
El insomnio que rara vez me había atacado se acrecenta, no hago nada útil por salir de esto, sino que van pasando los días sin que yo le ponga solución, siento que voy a la deriva porque por primera vez no sé cuál va a ser el siguiente paso. Hablo con una amiga que ha tenido que sacarse las castañas del fuego desde la adolescencia. Sus padres no pueden echarle una mano económicamente y en un mes se le acaba el dinero del paro. "¿Cómo haces para estar tan tranquila"?, le pregunto yo, sabiendo que mi familia está ahí para pagar mi alguiler del mes que viene, del otro y el siguiente. "He estado tantas veces al borde de este precipicio y nunca me he caído, que no veo por qué esta vez vaya a ser diferente. Al final siempre hay una solución". Esa es la clave: es la primera ocasión en la que yo veo ese vacío. Y ni siquiera lo veo muy cerca, así que no querría imaginar mi estado si lo tuviera a dos pasos.
Saldré, sé que saldré. Solo tengo que madurar, salir de este cascarón cumpuesto de buena suerte y afrontar los problemas como una persona fuerte. Esto es solo un aviso muy suavecito de que la vida es muy larga y me esperan cosas peores. Mejor que me vaya preparando.