Es algo consabido que nosotros, hombres, mujeres y viceversa, por suerte o por desgracia, no nacemos enseñados por nadie. Cuando asomamos la cabeza y vemos la luz por primera vez, entre tiernos sollozos, la comadrona no viene a nosotros con un dietario que nos indique, claros y concisos, los pasos a seguir para sobrevivir, lo que conlleva, necesariamente, que a medida que vamos creciendo y formándonos como personas, seamos cada uno de nosotros los responsables directos de nuestras decisiones y actuaciones.
Por su parte, está más que demostrado que el ser humano, cuando más y mejor actúa, es cuando lo hace partiendo de unos preceptos que ya conoce o que han sido establecidos -y probados- anteriormente por otras personas que ya han actuado en el mismo escenario dejando, en consecuencia, su huella y sus experiencias. Pero la vida es algo personal e intransferible, como si de un documento acreditativo se tratara, y esta depende de cada uno de los movimientos que realicemos en el sendero por el que nos movemos. De ahí que todo funcione sobre ruedas hasta el momento en el que nos toca actuar por primera vez ante lo que, sencillamente, llamamos "lo nuevo", "lo desconocido", esto es, lo que nos alarma y nos provoca miedos o inseguridades.
Empezar nuevos estudios, cambiar de residencia, una ruptura sentimental... son solo algunos de los ejemplos de situaciones o hechos más o menos comunes que, inevitablemente, nos provocan una cierta inestabilidad emocional que hoy en día, dado el histórico afán categorizador del hombre, etiquetamos, ni cortos ni perezosos, como "estrés" o "ansiedad", por citar algunas de las patologías más prototípicas en Occidente.
¿Qué nos quiere decir con ello la vida? Que de la noche a la mañana nos hemos adentrado en terrenos arduos y pedregosos por los que no podemos caminar como lo hacíamos hasta el momento, sin zapatillas, sino que debemos idear un nuevo protocolo de actuación que requiere la toma de decisiones concienzudas y responsables que, si no son correctas o adecuadas al contexto en el que estamos inmersos, acarrearán en nosotros una serie de consecuencias que iremos pagando lenta y progresivamente.
Entonces, ¿podríamos afirmar que vivimos en un juego permanente en el que nosotros mismos creemos que somos los creadores pero, lejos de ello, no somos más que unas simples marionetas movidas por alguien? ¿Es esta, pues, una simple representación teatral en la que nosotros mismos somos los actores?
Quién sabe; quizás. No estamos aquí para entrar en debates de los cuales no sacaremos ideas concluyentes. Sin embargo, lo que es indudable es que "este juego", tal y como me hizo notar en su día el magnífico filme de Les Choristes Francia, 1949, no es otra cosa que el resultado de complejos procesos de acción-reacción. La idea sería, a grandes rasgos, la siguiente: la vida nos impone, sin poder evitarlo, una trampa, un enredo, en el que nuestra respuesta no puede ser la estupefacción o la perplejidad ante tales hechos, sino que debemos ser capaces de "improvisar", reaccionar, de la mejor manera que sepamos para seguir adelante. Y así debemos actuar, sin opción a negocios o regateos, si no queremos quedarnos atrás e ir acumulando problemas. Trata, ahora, de ejemplificar lo anteriormente expuesto con un ejemplo de tu vida diaria y verás cuán familiar te resulta.
Por todo ello, no nos cansaremos, desde Código Nuevo, de recordaros que los verdaderos triunfadores son aquellos que han sabido vencer sus miedos, han sabido derrocar a la temible adversidad y han apostado por dar un paso más allá para ver qué se esconde tras esa cortina de humo, tras lo desconocido.
Por todo ello, para concluir con esta reflexión, hoy me gustaría invitaros a no decaer en estos tiempos convulsos, a no sucumbir ante las fuertes ventiscas que azotan el País Ibérico, a no tirar la toalla ante todo aquello por lo que en algún momento habéis soñado, a seguir luchando día a día por vuestras pasiones, ya que, pese a que seguramente el sistema imperante ha hecho que muchos de nosotros hayamos tenido que crecer, madurar y responder a ciertas obligaciones antes de lo habitual, de todo ello debemos extraer una sola conclusión:
"Somos una generación que no se arrodilla ante los infortunios; somos una generación fuerte, activa e incesante que lucha por lo que anhela; somos la generación del cambio, la generación 'cobaya' que se ha tenido que someter, contra su voluntad, a numerosos cambios impuestos por los mandamases; somos la generación que apuesta por la igualdad y el respeto; somos, en definitiva, la generación que lucha por garantizar un futuro más seguro y mejor".
Somos, amigos, la Generación Milenial.