
A tanto llega la situación que algunas personas temen que comience el periodo vacacional y cuando lo hace aprovechan para adelantar si es posible, parte de su trabajo o planifican cada día sin dejar un hueco libre. De hecho, según la profesora de la Universidad de Washington, Selin Malkoc, fijar una fecha y una hora específica para las actividades de ocio "hace que sean mucho menos agradables" y por ello para las personas ociofóbicas tener un rato libre es sinónimo de ser poco productivos y estar malgastando el tiempo.
Cuando esto sucede, tener un rato libre o unas vacaciones, solo saben presionarse con la intención de encontrar algo que hacer. Siendo esta la razón por la que muchos se sumergen en jornadas de trabajo muy estrictas y buscan mil y una maneras para mantenerse ocupadas ya sea aprendiendo idiomas, cursando un master, organizando todo su día o, incluso, buscando segundos trabajos. Todo vale si sirve para derrotar a su rivales más temidos: la sensación de vacío y el aburrimiento.

Las personas con ociofobia ven el tiempo libre como una amenaza aterradora, no conocen la sensación de relajarse y parar les asusta. En ocasiones, llegan a sufrir importantes episodios de ansiedad tan solo con la idea de pensar que no tienen nada que hacer durante el fin de semana o, simplemente, un viernes por la tarde cuando se quedan ‘desprogramados’.
Además, para los ociofóbicos es más importante la cantidad que la calidad, midiendo sus éxitos en base a ello. Su pensamiento es ‘cuanto más hago, más valgo’ por lo que siempre darán más importancia al número de objetivos conseguidos que a la calidad de los mismos. Están tan influenciados por ser eficaces y productivos que anteponen esto a su felicidad y bienestar. Lo peor es que no se dan cuenta de que sus hábitos son destructivos y que, en la mayoría de las ocasiones, les resta tiempo y atención de estar con sus seres queridos.
Así, no es de extrañar que cada vez tengan menos relaciones y las discusiones con las personas que conviven vayan en aumento. Porque ¿quién quiere estar al lado de una persona que teme los momentos de ocio, no sabe disfrutar del descanso y se dedica a ocupar todos sus ratos libres con tareas o trabajos? Por otro lado, estar tan ocupados a veces también consiste en una trampa autoimpuesta para impedirse hacer, reflexionar o darse cuenta de algo por temor a no hacerlo bien o a lo que vendrá después. La cuestión es no detenerse para evitar lo temido.

"Vamos a un ritmo que no es normal y eso es malo para la salud", afirma Santandreu. El psicólogo recomienda dedicar una hora al día a aburrirse y a mirar a la pared para combatir ese miedo a no hacer nada. Lo que en Italia se conoce como practicar Il dolce far niente lo dulce de no hacer nada.
La cuestión es aprender a permitirse no hacer nada para saborear esos instantes de calma porque aburrirse de vez en cuando, al contrario de lo que piensa la mayor parte del mundo, no es malo sino necesario para desconectar en un mundo de estrés continuo e hiperconexión. Además, siempre ocurre que cuando se improvisan planes o se abordan de una manera menos estricta nos lo pasamos mejor. La clave está en dejar de ver el ocio como una obligación más y dejarse llevar más por la inactividad.
El científico y filósofo Blaise Pascal ya lo decía "Todos los males de los hombres vienen de una sola cosa: de no saber quedarse tranquilos en una habitación". Por lo que relajémonos y ralenticemos el ritmo de vida porque lo único que nos puede pasar es que llegue un día en el que nos demos cuenta de que hemos vivido pero en automático y hemos desaprovechado una gran cantidad de momentos para sentirnos vivos.