Una de las principales características de los seres humanos es que somos seres sociales por naturaleza. Y dentro de esa sociabilidad existe una parte en la que la imagen que proyectamos tiene que ver directamente con cómo esperamos que nos vean.
Pasan los años pero seguimos notando en nuestro interior ese “¿caigo bien o no?” cuando estamos ante muchas personas desconocidas. Y conocidas también, es cierto, ya que esa sensación de contentar es quizá todavía más fuerte cuando estás con tus amigos de verdad.
La verdad puede doler si tomamos el “tener que complacer constantemente a los demás para gustar” como un mal hábito para relacionarnos. Podemos llegar a ser capaces de pasar de nuestras propias necesidades para actuar según lo que creemos, muchas veces erróneamente, que nuestro colega quiere de nosotros.
Y todo ello porque nuestros genes cavernícolas así nos hacen sentir. Esto no lo podemos cambiar, pero sí aprender a manejar mejor nuestra reacción: una vez que la otra persona se ha enfadado, lo único que puedes hacer es decidir si pasar de ella o pensar qué has hecho mal e intentar arreglarlo.
Tus genes no son los únicos responsables de que desees constantemente complacer para conseguir seguridad y amor. La sociedad y la cultura también se encargan de ponernos la tarea obligada de tener que ser buenos y estar pendientes de los demás. Que si quieres a alguien, te comes el tener que entregarte al completo, por ejemplo.
Pero existe una buena noticia y es que Albert Ellis, terapeuta cognitivo, defiende que este sufrimiento que sentimos a la hora de tener que complacer no tiene que ver con la situación externa, sino con nuestra propia interpretación. Vamos, que somos tontos por pensar constantemente que nuestros amigos y pareja se enfadan por nuestra culpa, cuando puede que esté sucediendo todo lo contrario. Albert Ellis tienen origen en nuestras propias experiencias.
Simplemente, sé honesto contigo mismo, atrévete a mirar dentro de ti y a preguntarte qué miedo que da origen a esa creencia mental te sucedió hace tiempo y te está movilizando. Después de saber ya el “por qué nos preocupamos tanto en gustar”, te estarás preguntando: ¿qué hago ahora? Sabiendo todo esto, te invito a que hagas tuya la regla de “eres lo que haces”.
No solo pienses que el problema viene de ti, recordando que tu persona es el equivalente a un grano de arena en el mundo entero. En la vida de otra persona a la hora de sentir, es algo parecido. La responsabilidad de las emociones es de cada uno, no solo de ti.