Dicen que una de las mejores etapas de la vida es la universitaria, pero... y una mierda. Lo sería si durante esos años tu principal preocupación fuera aprobar los exámenes pelándote clases, estar continuamente de fiesta y preparar el Erasmus. Vamos, si vivieras del cuento como algunos. Si por el contrario, tus años de universidad estuvieron más influidos por la mano de hierro de tus padres y fuiste el típico pringado que tenía que compaginar estudios, prácticas de clase, trabajo y vida personal… Enhorabuena, has estado bien jodido. Ahora ya puedes dar las gracias.
Hay padres y madres cuyo objetivo en la vida es allanarles el terreno a sus hijos, hacerles la vida más agradable. Y luego están los padres que no permiten concesiones, y que además de colaborar diligentemente en casa te obligan a trabajar por cuatro duros para pagarte tus "caprichos". Porque ellos son tus padres, pero no tu cajero automático ni tu asistente del hogar. Estos son los padres que hacen que tu día a día sea duro y extenuante. Y tú te preguntas ¿por qué me hacen esto? ¿por qué a mí? ¿pero qué he hecho yo para merecerlo?
STOP responsabilidades: aún soy un veinteañero
Si tuviste unos padres inflexibles, probablemente te viste obligado a madurar y a hacerte cargo de ti mismo antes de lo previsto. Ellos no te dejaban la comida hecha al lado del microondas, ni te decían: “no te preocupes, yo te hago la cama”. ¿Tienes dos manos? Pues te lo haces tú. Tampoco te daban ni un sólo euro para irte de fiesta porque tu nueva obligación, además de estudiar, era mantenerte económicamente a ti mismo. Solo les faltó esperarte a la salida de tu graduación del instituto con un cartel que dijera "fin del juego". Se te acumularon las responsabilidades y obligaciones pronto, ¿verdad?
Bienvenido a tu nuevo estado de ánimo: frustración
Era realmente molesto ver cómo algunos de tus amigos tenían tiempo extra para irse de cañas después de clase mientras tú te ibas tu curro temporal y mediocre que te daba poco dinero y te quitaba tiempo. Pero era tu obligación, y mientras tú lidiabas día a día por sacar algo de tiempo para ti mismo, ellos llenaban sus redes sociales de fotos de salidas, de viajes, de cenas… Y de nuevo esa sensación, la frustración.
“Me duele más a mí que a ti”
Lo creas o no, era más doloroso para tus padres que para ti verte hasta arriba de curro, sin tiempo para estudiar y sin poder ver a tus amigos a menudo. Tus padres estaban siendo unos cabrones de manera deliberada, invirtiendo en ti desde el primer momento en que te dijeron que se acabó eso de vivir del cuento. Te enseñaron lo que es un jefe mientras tus amigos se ponían tibios a cañas. Aprendiste lo que es trabajar de lunes a domingo para obtener un sueldo mediocre, pero ¡eh, TU sueldo! Asumiste que cuando te independices la lavadora no se pondrá sola, ni la nevera se llena por arte de magia, ni las facturas se pagan desde la terraza de un bar.
Las cifras han hablado: Team Parents
Independientemente del odio que les profirieses, las estadísticas mandan. Un estudio realizado por la Universidad inglesa de Essex corroboró que una actitud inflexible por parte de los padres ayudaba notablemente a que sus hijos fueran más exitosos en el futuro. El estudio se desarrolló de 2004 a 2010 sobre 15.500 niñas de 13-14 años hasta que fueron adultas, todas ellas con padres exigentes y firmes en cuanto a sus estudios y estilo de vida. Como conclusión, la mayor parte de las niñas estudiadas cursaron estudios universitarios y consiguieron puestos de trabajo de éxito con sueldos elevados. Evidentemente no es la fórmula infalible, hay malos padres a secas que solo te amargan la existencia, pero incluso en ese caso te habrán enseñado como no quieres ser tú con tus hijos.
La mayoría de las veces, aunque no te dieses cuenta en su momento, estos grandes cabrones consiguieron que aprendieras a valorar más las cosas, a ser más responsable, más profesional y mejor persona. O cuanto menos, te han enseñado la palabra esfuerzo. Así que vamos, mándales un Whatsapp a tus padres y ponles: "gracias por haber sido unos grandes cabrones". Eso sí, si no te vuelves a hacer la cama nunca más, lo entenderemos.
Crédito de la imagen: Yulia Krivich